A 'Varcelona'

03/02/2018 - 13:20 Antonio Yagüe

Dos mozos lumbreras de mi pueblo, que no habían ido a su clase, defendían  que la ortografía “no sirve para ná, tontunas”.

Seguramente nunca se ha escrito y leído tanto ni los perezosos han tenido a mano un diccionario para consultar rápidamente y expresarse sin errores ortográficos y con propiedad. Pero, visto como se escribe en Internet y en algunos supervivientes periódicos y libros de papel, -antes considerados modelos de escritura-, parece que el lenguaje cotiza a la baja en nuestra sociedad. Y lo mismo ocurre, de pasada, con la cultura y la misma inteligencia.
    Lamentan los docentes que nos hemos acostumbrado a que los universitarios no acentúen las mayúsculas, los adolescentes escriban en un wasap “te hecho de menos” o que la prensa anule el ordinal cuadragésimo y titule “40 aniversario de la democracia”, una barbaridad equivalente a decir “El tres aniversario de…” en el caso del tercer año. Incluso, rizando el rizo, un inspector de Educacion, ha escrito su profesión sin tilde en el perfil de Facebook.
    Un amigo, que colecciona textos variados con faltas de ortografía, se indigna a lo Lázaro Carreter cuando oye o lee expresiones del tipo “hoja de ruta” en lugar de estrategia, “choque de trenes” en vez de conflicto o “líneas rojas” en vez de límites, “poner en valor”, posicionarse, direccionar… Se rebota ante la legión de comunicadores profesionales que no entienden que su trabajo consiste en ser críticos y transcriben literalmente las sandeces que dicen los políticos. Son tiempos de copia y pega, y nos fiamos demasiado de los correctores informáticos que cometen errores e ignoran cultismos.
    Doña Juanita García, profesora de Lengua en el Instituto Santo Tomás de Aquino de generaciones de adolescentes molineses, nos martilleaba con que el respeto a las normas gramaticales garantiza que nos entendamos. “La ortografía es un conjunto de reglas de convivencia. Y de cultura. Mala cosa es tomárselo a  chunga. Si lo hacéis, pareceréis unos mostros, zopencos y ceporros”, advertía.
    Dos mozos lumbreras de mi pueblo, que no habían ido a su clase, defendían  que la ortografía “no sirve para ná, tontunas”. Metidos en cervezas en el bar, se apostaron con otros una caja a que llegaban dos cartas, escritas a mano claro,  a Varcelona con uve y a Balencia con be. Los destinatarios confirmaron la recepción. “En Correos habrán visto el remite y pensado que somos todos unos borricos de reata”, lamentó avergonzado el maestro.