Acoso vs arte de la seducción

26/01/2018 - 14:22 Emilio Fernández Galiano

Lo más difícil en esta vida es tipificar los comportamientos para definirlos como delictivos, pero para eso los legisladores y su sabia precisión.

Antes de que me caiga la del pulpo y a modo de aclaración previa, he de advertir que en lo que sigue no se refleja ninguna opinión personal ni posicionamiento alguno frente a un debate que traigo aquí por estar de plena actualidad y que trataré con la mayor asepsia ideológica posible, con la clara intención de que concluyan mis inteligentes lectores. Y otrosí: a la hora de valorar las virtudes de una persona nunca me condiciona el hecho de que sea hombre o mujer, esto es, y en este sentido, no sólo no soy sexista, soy, sencillamente, “asexista”.
    A final de los años 60 Narciso Ibáñez Serrador estrenaba una serie en TVE titulada “Historias de la frivolidad” en la que, con fino humor, se ridiculizaba  las criticas que las posturas más reaccionarias vestidas de tres señoras de negro ejercían sobre algo tan natural como el erotismo. Algunos piensan que hoy esa versión puritana de las relaciones humanas ha sido recuperada por determinados sectores de la sociedad que se autocalifican de progresistas. Yo no opino, lo dejo a la consideración de mis lectores.
    Las corrientes norteamericanas más escandalizadas por los numerosos casos de acoso sexual en torno al mundo del cine, que sin duda merecen el más contundente de los rechazos, reflejan en sí mismas la capacidad que tiene esa sociedad a la hora de generar debate. Pasó con la caza de brujas del macarthismo, todo el mundo era sospechoso de ser comunista, con el SIDA, todo el mundo era sospechoso de ser portador. Ahora ocurre lo mismo con los acosadores. Muchos piensan que la contundencia en la denuncia implica a veces un exceso de frenada radicalizando el mensaje e incorporando a la causa otros comportamientos que no dejan de ser meros flirteos o juegos de seducción. Yo no opino, lo dejo a la consideración de mis lectores.
    La contestación furibunda de esos sectores a mujeres que, simplemente, por opinar y advertir que “la causa” puede llevarse por delante otras relaciones y costumbres que han enriquecido el arte y la literatura –me acuerdo ahora de la colección de dibujos eróticos de Picasso, la biblioteca de García Berlanga o de la editorial La Sonrisa vertical-, ha generado otro debate considerable entra las que se autodenominan feministas. A Catherine Deneuve sí le cayó la del pulpo sólo por defender el derecho de los hombres a importunar de forma educada –es decir, intentar ligar- y se vio obligada a pedir perdón a todas las víctimas de acosos por sentirse ofendidas por sus declaraciones. Para muchos, la musa francesa fue también víctima de otro tipo de acoso, la intolerancia. Yo no opino, lo dejo a la consideración de mis lectores.
    Lo más difícil en esta vida es tipificar comportamientos para definirlos como delictivos, pero para eso los legisladores y su sabia precisión. Cuando bajo esos criterios se pasa al plano moral, todavía es más complicado. Las relaciones de pareja son lo que son desde que el ser humano lo es. Implican seducción, atracción, generar deseo, frustración, éxito, placer… El acoso sexual nada tiene que ver con todo ese mundo. Es un delito como lo puede ser robar o maltratar y hay que exigir contundencia penal y su rechazo sin matices. Pero muchos piensan que los hay que mezclan uno y otro para encauzar y después eliminar bajo nuevos códigos éticos costumbres que enriquecieron las relaciones entre nuestros antepasados. Yo no opino, lo dejo a la consideración de mis lectores.