Adviento-conversión

05/12/2010 - 00:00 José Sánchez

En las lecturas de la Eucaristía de este II Domingo de Adviento, 5 de diciembre, ocupa un lugar central la invitación a la verdadera conversión, como actitud básica y esencial del cristiano que se prepara para el encuentro con el Señor, bien sea como celebración de su primera Venida en Navidad, o como de quien espera su última y definitiva Venida, o de quien vive el acontecimiento del encuentro con el Señor en el presente por la acción de su Espíritu, por la gracia y por la respuesta del creyente. La conversión que se nos pide no es un sencillo cambio de partido, de código, de sistema… menos aún de formas externas o de modas. Ni siquiera bastará ya con el Bautismo de Juan, que expresaba la conversión previa del que era bautizado por él. Se nos pide un cambio radical, profundo, personal, interior y con todas las consecuencias en la vida. Esta conversión acontece y se expresa en el Bautismo cristiano, que es Bautismo en el Espíritu y fuego, es decir, acción de Dios por su Espíritu que purifica y vivifica radicalmente en la nueva vida. A esta conversión alude el profeta Isaías, cuando habla del Espíritu que se posa sobre el profeta, lo dota con sus dones y lo envía a trabajar por la justicia, a servir a los pobres, a curar a los enfermos, a liberar a los cautivos, a proclamar la Buena Noticia y a restablecer la armonía y la paz hasta en la naturaleza. San Pablo, por su parte, en su Carta a los Romanos, nos manda que, como Cristo se hizo servidor de los judíos para gloria de Dios y acogió a los gentiles para que alaben a Dios, también nosotros mantengamos la esperanza, demos gloria a Dios, vivamos de acuerdo entre nosotros y acojamos y sirvamos a nuestros hermanos y a los extraños. No vale tampoco apelar a los orígenes, a la herencia, a los antepasados, como era el caso de los judíos, que, por ser hijos de Abraham, se consideraban como los auténticos y únicos miembros del pueblo de Dios. Como tampoco vale una conversión, que no se acredite en frutos de buenas obras. Por eso Juan el Bautista dice que el árbol que no da fruto será talado y echado al fuego y el grano resultante de la limpia será guardado en los graneros y la paja será quemada. Pidamos al Señor en este Adviento el don de una verdadera conversión, que se acredite en buenas obras.