Afterimage

07/07/2017 - 12:29 Emilio Fernández Galiano

Hace días veía atónito por televisión las explicaciones de un directivo del FC Barcelona quejándose de la información de TV3.

O detrás de la estelada. Me explico. Hace poco se ha estrenado en las salas de cine bajo ese título –Afterimage- la última película y póstuma del director polaco Andrzej Wajda (1926-2016). En ella se narra los últimos años del pintor también polaco Wladislaw Strzeminski (1893-1952), víctima del régimen estalinista de la Polonia soviética. El comienzo de la cinta muestra cómo unos operarios colocan un enorme cartel de tela roja con la efigie de Stalin sobre el edificio en el que se encuentra el estudio del artista. A través de sus ventanas, la luz que entra ahora es adulterada por el carmesí  de la pancarta exterior. Esa luz  contaminada hace imposible desarrollar cualquier actividad creativa. Harto de la insólita –y simbólica- situación, con un caballete rasga el inmenso cartel propagandístico recuperando la luz natural. Ese hecho no le saldrá gratis. El poder comunista le irá arrinconando, marginando, aislando de cualquier creación pictórica hasta llegar a vivir en la miseria. Sólo por buscar la luz natural, sacudida de consignas políticas. Sólo por buscar su libertad. La libertad.
    La vida en Cataluña se ha adulterado como el estudio de Strzeminski. Una inmensa estelada colocada por operarios políticos adultera y filtra la luz de la realidad social. Como bien decía Felipe González en un reciente encuentro entre los expresidentes, el problema no es la ruptura de Cataluña con España, el problema es la ruptura, por una “iluminada” clase política, de los catalanes entre los catalanes.
    Hace días veía atónito por televisión las explicaciones de un directivo del F.C. Barcelona quejándose de la información que daba “su” televisión, la TV3. En “su” televisión se discutía, al menos, la poca transparencia del club blaugrana en la comercialización de entradas cuando no son utilizadas por los socios. Eso es lo de menos. Lo que me sorprendió es que hablaba literalmente de “su” televisión. Y se escandalizaba de que “su” televisión criticara a “su” Barsa y por extensión a “su” Cataluña. En Madrid cualquier político pretende apropiarse de Telemadrid, aunque a veces parezca de alguien, y se lía parda.
    Nadie duda de la falta de objetividad de los medios de comunicación catalanes, bien subvencionados y oportunamente adoctrinados por el poder fáctico de la Generalitat. Ni de la manipulada educación recibida por miles de estudiantes en un entorno antiespañol. En cierto modo, la sociedad catalana vive un tanto adormecida prefiriendo no ver el bosque y amarrándose al árbol de turno. Pero de igual manera, tampoco dudo de que finalmente lo inevitable, la realidad, la lógica y el propio seny que tanto prestigio le ha dado al catalán, se impondrá. ¿Se imaginan cómo sería el día después de una presunta independencia con la solemne proclamación de la República de Catalunya? ¿Qué pasaría con los funcionarios estatales? ¿Ya fuera de Europa, con qué moneda cobrarían los autonómicos? ¿En qué liga jugaría el Barsa? Sólo tres pinceladas de las múltiples que compondrían un cuadro imposible. Y lo saben. Por mucha estelada que pongan sobre los edificios, siempre habrá muchos Strzeminskis que con sus caballetes rompan la pancarta propagandística de una utopía que, como todas, llevan a la melancolía y de ahí, a la depresión. Al menos la mayoría recuperará la luz natural. Y la realidad.
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