Anatomía de la democracia

03/05/2015 - 23:00 Jesús Fernández

Están pasando muchas cosas en nuestra democracia que merecen ser analizadas o examinadas. Todo ello para contribuir a una madurez y desarrollo del sentido moral de la ciudadanía. Son muchos los fenómenos a los que podríamos aludir desde estas reflexiones. Vamos a detenernos en algunos episodios de nuestra más reciente experiencia comunitaria. Está, en primer lugar el fenómeno social y global de la frustración ciudadana. Las clases dirigentes andan afanadas en la búsqueda de líderes y figuras de relieve para sus proyectos y puestos de gobierno. Se debaten entre la renovación y la continuidad, entre el riesgo, el miedo a la experimentación y la seguridad de lo conocido. Ponen sus ojos en personas de relieve, conocidas, que susciten o magneticen la atracción del voto o de las masas. Quieren utilizar su prestigio profesional en provecho de la política. Con el paso del tiempo, el reclutamiento y la captación de personas o personalidades han causado grandes desengaños en la ciudadanía. Figuras altivas, orgullosas, hinchadas, tituladas, enaltecidas artificialmente por los medios de comunicación y al servicio de sus intereses, se han demostrado como egoístas, aprovechadas, corruptas, ambiciosas, burdas y groseras. No nos damos cuenta que detrás de cada persona hay tres vidas, a saber, la vida pública, la vida privada y la vida secreta. La vida pública se conoce casi toda, por lo menos lo que interesa. La vida privada (hasta que deja de serlo) se conoce de manera controlada. La vida secreta es la que conocen sus enemigos para usarla como arma también secreta Conocimiento no es igual que reconocimiento. Imagen, dicen otros. A la vista de los resultados del liderazgo tradicional y reconocido, las organizaciones políticas deberían buscar personas desconocidas pero reconocidas en su ámbito profesional. A la vista de tantas condecoraciones y reconocimientos públicos que han resultado ser falsos (hasta llegar a la necesidad de retirarlos o revocarlos), hay que andar con mucha cautela para otorgar el éxito y el reconocimiento a personas que no lo merecen pues carecen de todo escrúpulo moral. La conciencia y la honradez también se presentan a las elecciones para ser votadas en las urnas. Se ha perdido el sentido de las virtudes civiles o políticas, de la prudencia del gobernante. Se exalta a personalidades afectadas por condenas y castigos de corrupción como si ellas fuesen una virtud heroica convirtiendo en héroes a simples villanos, traidores o defraudadores de la confianza moral del pueblo. Tenemos que esperar de la ciudadanía este sentido, este olfato, para identificar o sancionar los valores exigibles en la democracia castigando y excluyendo de la escena política a todos aquellos que no respondan a dichas exigencias. Los partidos y los líderes deben saber que, si se pierde la moral, se pierde también el voto y la aceptación, pues los valores también cuentan en el perfil del liderazgo.