Andrea

23/07/2017 - 17:14 Javier Sanz

Andrea ha cruzado los quirófanos con la misma austeridad castellana con la que ha atravesado el corazón de sus paisanos de Sigüenza.

Lo de Frida Kahlo fue otra cosa. Pasó treintaidós veces por las batientes del quirófano en estado de preanestesia, como si cada vez hubiera mascado un peyote de su tierra, que a lo mejor. Treintaidós veces rajaron el envoltorio de un cuerpo de mexicana fina por las cimas de la cordillera del espinazo que los de la bata verde fueron machihembrando con tornillería de mecano para dejarla derecha, como un busto de diosa. Frida Kahlo trazó la única pintura que no ha dejado frío a un solo espectador, retratando su tronco eviscerado, como las galerías de la mina que descienden hasta otras entrañas, las del planeta. André Breton –mi cabellera soñada- la introdujo en París en el 39 convencido de que llevaba surrealismo puro a la capital del mundo. Pero Kahlo le hizo ver que esa pintura era su circunstancia en su calendario. Sin más.
Andrea ha cruzado los quirófanos con la misma austeridad castellana con la que ha atravesado el corazón de sus paisanos de Sigüenza. Preguntábamos a su abuelo Esteban por la niña, cuando lo era, y nos decía todo sin pronunciar palabra. Andrea estaba en el aire y pisaba el alambre mientras los dragones que esperaban en los portales con la boca abierta se secaron cuando la aguja oxidada del minutero se les clavó en la garganta. De cada mil papeletas sale un número. A quien le toca no puede renunciar y ha de bajar por ese alambre, desde la torre del homenaje del castillo hasta la del gallo, en la catedral. Si llegas, le tocas los cinco picos de la cresta con los cinco dedos de cada mano, entonces ya tienes permiso para enhebrar las puertas de la vieja muralla de la ciudad con tus amigas y bajar a la Alameda, el paraíso donde suena la música por San Roque, dónde verás mudar el pelo de los árboles con precisión suiza.      
Un día de estos de atrás nos ha dicho Facebook que el 1 de septiembre Andrea se va a sentar en un aula de la Juan Carlos I para estudiar Medicina. Habrá que esperar seis breves años, y luego otros tantos, algo más largos, para que nos tome el pulso y nos prescriba La consagración de la primavera de Ígor Stravinski después de diagnosticarnos cierta tristeza ya, casi, del anciano. Alguna aspirinilla también, por que no quiebren las farmacias. Mientras tanto, para ir dando razones, que no síntomas, esperamos que lleguen los días con un whisky en la mano, oyendo las campanas de la catedral que renuevan la faz de la Tierra. Ahora te toca a ti, Andrea querida. Mi brazo le dirá a tu aparato si la tensión está alta –como corresponde- o baja. Si es lo primero, te diré un secreto: “a los viejos nunca les quites el whisky”. ¡Qué sabrán los libros, compañera!.