Andrés

17/02/2018 - 12:36 Antonio Yagüe

Su muerte nos ha dejado con la boca vacía de palabras y la cabeza llena de recuerdos.

El último apretón de manos y la última mirada de Andrés, a principios de enero, era la mirada de alguien que se despide sin querer que se note que se está despidiendo. Una mirada llena de palabras afectuosas nunca pronunciadas, con la bondad escrita en la cara por la que asomaba su mirada siempre discreta. E incluso, como aquel personaje de Delibes, su pueblo, Labros. Una mirada que tenía algo de niño atento y, a la vez, de anciano ensimismado en la memoria inabarcable, plagada de amigos y buenas pasadas.
    “Periodismo es contar la vida”, me resumió hace 45 años, avivando mi vocación de cuentista y juntaletras. Sobre todo como maestro, aunque le parecía un elogio desmedido que derivaba, con su peculiar ironía, hacia algún docente. “Maestro de verdad en Labros solo ha sido Don Isidro”, sentenciaba. Incluso cuando alguien tachaba de magistrales sus textos, sus adaptaciones teatrales, la dirección de actores, y su dedicación casi obsesiva porque su pueblo recobrase las fiestas, reconstruyese la iglesia románica y reinara la paz y la armonía.
    Su destreza era total sobre todo en palabras cariñosas, mejor escritas por escrito para detener su  fugacidad, que enviaba a amigos y paisanos tras un contratiempo, una enfermedad o un hasta siempre. Como el suyo ahora. Un bálsamo literario inigualable. Recopiladas serían una obra póstuma inédita, con sus frases afinadas y términos precisos, que llegarían al alma de  segundos lectores.
    No hace falta leer mucho de su obra literaria para descubrir que Andrés amaba Labros.  Desde la primera vez que de niño hizo las maletas y cruzó el Cerro Gordo, como generaciones de  paisanos cargados de nostalgias. O cada vez que volvía con Kety, enamorada desde el primer día de un pueblo, insuperablemente colocado sobre el cerro y con un cielo de postal, que describía como un paraíso. “Siempre digo que soy de Labros. Es una manera de pagar con algo lo mucho que debo a nuestro pueblo”, me confesó tras una mesa redonda sobre realismo social en la literatura con aforo reventado en la Universidad Complutense.
    Su muerte nos ha dejado con la boca vacía de palabras y la cabeza llena de recuerdos. Como pasa con los grandes, Andrés Berlanga permanecerá en sus libros, para siempre. Quienes  hemos bebido el agua de Monchel nunca lo olvidaremos.