Atienza de los juglares

08/10/2018 - 19:30 Luis Monje Ciruelo

Hasta los duros repechos de sus calles se espiritualizan ante la presencia de blasones y portadas... 

 La investigación de Tomás Gismera sobre el poema de Gerardo Diego sobre Atienza, del que solamente conocíamos todos la primera estrofa, me ha recordado mi primera visita a la villa a raíz de un viaje en bicicleta desde Palazuelos. Estos son algunos párrafos: “No hace falta mucha sensibilidad estética para sentirse enamorado de Atienza. La histórica villa serrana despierta en cuantos llegan a ella un profundo sentimiento de admiración a la vez que de sorpresa al advertir que se trata de un conjunto urbano trasplantado a nuestros días desde lejanas épocas. Visitar Atienza es regresar con el alma inundada de serenidad y belleza. El viajero la abandona como de puntillas, asombrado de que estas calles y plazas, con sus casonas, sus iglesias y sus murallas no estén protegidas por un fanal de la dureza del clima y de la crueldad del paso del tiempo. El cielo es allí más azul, quizá por estar más cerca y más suave el color de las piedras, y más austero el ambiente. Y hasta las viejas murallas, que apenas han sido restauradas, parecen evocar con mayor fidelidad que en otras partes la mágica presencia del Medievo.

Pasear por su Plaza Mayor o la del Trigo, contemplar sus soportales o admirar sus historiados aleros, penetrar en los amplios zaguanes y estudiar los numerosos escudos que ennoblecen las fachadas es trasladarse a otros siglos, sin duda más incómodos, pero también menos artificiales y más sinceros. Hasta los duros repechos de sus calles se espiritualizan ante la presencia de blasones y portadas, de dovelas y cornisas y de una cuidada pavimentación hecha de losas y guijarros, que ha venido a sustituir a las desgastadas piedras seculares. Sin restarle autenticidad al escenario urbano, las Direcciones Generales de Bellas Artes y Arquitectura han realizado en Atienza una insuperable labor restauradora. Le han devuelto limpieza y perfección, han saneado las caries producidas por el tiempo y han hecho de la Villa de las Santas Espinas y de La Caballada una atractiva localidad turística para espíritus selectos. Visitar Atienza es un regalo. Pero aún más que la sugestión artística, histórica y monumental de su cuidado urbanismo, impresiona al visitante, aunque vaya cien veces, la visión panorámica de Atienza con su castillo roquero en lo alto, y comprende mejor la acertada definición poética de Gerardo Diego. Efectivamente, un poderoso navío de ruinas; un bajel fantasma embarrancado en la cumbre, semeja la formidable estampa del castillo de Atienza, visible perfectamente desde 40 kms. (Del libro Guadalajara a mi través).