Balconear

24/06/2014 - 23:00 Atilano Rodríguez

El Papa Francisco, desde el primer momento de su pontificado, no ha dejado de invitar a la Iglesia a salir al encuentro del hombre para mostrarle el rostro compasivo y misericordioso de Dios. La alegría del Evangelio y el gozo del encuentro con Cristo no están reservados a unos pocos. Son para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos en todos los lugares de la tierra. Ahora bien, para ofrecer la Buena Noticia de la salvación de Dios a los demás y para ayudarles a entrar en comunión con Cristo, es preciso que los evangelizadores hayan experimentado previamente la alegría, el amor y la paz interior de haberse dejado encontrar por Él en el camino de la vida. Sin esta experiencia interior, los evangelizadores pueden comunicar palabras y conocimientos sobre Dios, pero no podrán ofrecer nunca el gozo de haber experimentado que el Señor es el mayor tesoro que el ser humano puede descubrir en la vida. Por eso, si contemplamos el Evangelio como una obligación para nosotros y para los demás, en vez de verlo como una alegría y un tesoro, no podremos evangelizar. El Papa Francisco nos dice: «Los cristianos tienen el deber de anunciar el Evangelio sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo, sino por “atracción”» (EG 14). La experiencia gozosa del amor y de la salvación de Dios en lo más profundo del corazón nos permite a los cristianos superar los lamentos y los temores ante las dificultades que podemos encontrar para el anuncio del Evangelio. Es más, la experiencia amorosa de Dios nos ayuda a vivir con la profunda convicción de que los problemas e incomprensiones para la transmisión de la fe a los demás han existido en el pasado y existirán siempre pues, como nos recuerda el Maestro, no puede haber anuncio y testimonio del Evangelio sin cruz y sufrimiento. Partiendo de estas premisas, el Santo Padre nos invita a los cristianos a «no balconear la vida y a meterse en ella, como Jesús».
En otros momentos dirá que, hoy, «no se puede balconear la fe», sino que es necesario «callejear la fe».Con la utilización del neologismo «balconear», el Santo Padre nos está recordando que, ante la urgencia de la evangelización, no podemos permanecer como meros espectadores, sino que hemos de involucrarnos con decisión en el anuncio del Evangelio, mediante el testimonio de las obras y de las palabras, en las distintas ocupaciones y lugares en los que se desarrolla nuestra vida. Quien ha descubierto a Jesucristo no puede quedarse tranquilo en el balcón de su casa o al borde del camino, contemplando la realidad de indiferencia, lamentándose por los efectos de la secularización y esperando que sean otros los que evangelicen. La experiencia de la comunión con Dios, que tiene su fundamento en el sacramento del bautismo y que se alimenta cada día en la celebración eucarística, ha de impulsarnos a todos a asumir con gozo el derecho y el deber de evangelizar, puesto que la comunión con Dios y con los hermanos es siempre para la misión.