Celtiberia

15/10/2016 - 15:49 Antonio Yagüe

Suena a remoto y, paradójicamente, también a futuro. Pocas veces un territorio, 20 siglos después,  puede presumir de haber dado esquinazo al tiempo.

 

Suena a remoto y, paradójicamente, también a futuro. Pocas veces un territorio, 20 siglos después,  puede presumir de haber dado esquinazo al tiempo. Es el caso de la proyectada e imaginaria Serranía Celtibérica, un área geográfica así acuñada por el catedrático turolense de prehistoria Francisco Burillo. Aglutina comarcas de once provincias de Aragón, Valencia y las Castillas. Con Molina, casi en el centro, tendría una extensión de 65.825 km2. Más del doble que Cataluña o Bélgica.
    La iniciativa es discutida por algunos demógrafos, pero  está logrando implicar a universidades, profesores y algunas instituciones y políticos (menos de fiar) con el noble objetivo de rescatar aquella cultura y, sobre todo, de evitar la muerte biológica o la extinción anunciada de un área con un deterioro de población progresivo y la tasa de envejecimiento mayor de Europa. Se quiere llamar la atención de hasta la propia Unesco, que ya se hizo el longuis tras su respaldo en los ochenta y el vacío de todos los planes de desarrollo.
    Herrería, Cubillejo, Codes, Aragoncillo, Checa, Labros y otros pueblos muestran castros y claros restos y huellas de aquel período en este  territorio interregional, que algunos consideran como la esencia de España, la raza antigua y la genunina piel de toro. Los demógrafos calculan que en Serranía Celtibérica viviría medio millón de los cuatro de ‘ibéricos’ que habitaban la península. Una cifra cercana a las 483.191 personas censadas hoy, con una densidad de población (entonces y ahora) de 7.34 hab/km2.  Sólo habría que invertir la pirámide: entonces un 85% de menores y un 15% de adultos.
    El historiador griego Estrabón podrían seguir describiendo la zona como “áspera, montañosa y por lo general estéril”, condicionada por la dureza del clima, con sabinas, fuertes heladas y nevadas,  y azotada por el terrible viento norte, denominado ‘cizicus’ (cierzo)”. O hablar de poblados estables con sus cementerios, y hasta del silencio, si no se coincide con ocasionales cosechadoras, tractores, turbinas de aerogeneradores y turbas de veraneantes en agosto.
    La iniciativa se suma a demasiadas rutas y caminos: Quijote, Alto Tajo, Cid, la  Hermandad (GR-66),  la Alcarria, el  Geoparque… Sea bienvenida, mientras no se confunda con la Celtiberia ‘show`, la obra más conocida de Luis Carandell, hijo adoptivo de Atienza, que tan magistralmente  glosó con inteligencia y humor nuestro ADN prehistórico.