Cinco años con Delibes

04/05/2015 - 23:00 Antonio Yagüe

De referente de las letras españolas en buena parte del siglo XX, a camino del olvido. Cinco años con su recuerdo, la obra de Delibes –medio centenar de novelas, ensayos y diarios- ha iniciado un inesperado declive en los libros de texto de los escolares hasta reducirse a un nombre entre ciento en el examen de selectividad que se avecina. Puede que ni llegue a figurar entre las 350 preguntas tipo test, con cuatro respuestas a elegir, a modo del examen de conducir, que el ministro Wert ha diseñado para el futuro. No es extraña esta anécdota, cuando un joven le preguntó si era Azorín. “Azorín está criando malvas”, le contestó. En otra ocasión, un grupo de escolares le paró en la calle. “¿Es usted Miguel Boyer? Fírmenos un autógrafo”. Delibes se hizo pasar por el ex ministro, para vergüenza de la profesora, que los acompañaba y que tampoco estaba muy enterada sobre el personaje que admiraban sus pupilos. No es una prosa fácil la del novelista y académico, como comprobábamos al leer en el instituto obras que nos llegaban tan adentro como Cinco horas con Mario, El camino o Los santos inocentes. Pero su lenguaje de los pueblos de Castilla, su apego a la naturaleza y a la vida e incluso su trascendencia moral, que él atribuía a algo intuitivo e inevitable, nos lo hacían imprescindible. Aunque hubiera que echar mano del diccionario, donde llevan camino de ser enterrados sus términos sobre caza, pesca, aperos, oficios, faenas, accidentes climáticos, topografía o enseres. Los docentes aseguran que su postergación obedece a que, reforma tras reforma, en los temarios apenas ha quedado espacio para la literatura y, además, se buscan estructuras narrativas más sencillas y lecturas más fáciles. Parece que escardar, besana, celemín, agostero, soldada u otros vocablos que tienen su origen en el habla de la castilla campesina de siglos, se han vuelto ininteligibles para el homo tecnologicus de hoy. Delibes, hombre que hizo devoción del paseo, la charla con los campesinos y la caza, decía que le horrorizaba el barullo, el ruido y la prisa en ciudades como Madrid. No se sabe si lo decía en broma o en serio. Pero su obra, como el rico ambiente rural de antaño, languidece en las aulas y corre serio peligro de extinción. Se está muriendo algo de todos.