De la generación pérdida a la esperanza de Dios
28/08/2011 - 00:00
La Europa espiritual se rinde. Se rinde por debilidad, por desidia, por indiferencia, por irreflexión. El futuro deberá investigar con exactitud los motivos de esta capitulación vergonzosa.
Así se expresaba Joseph Roth en 1933, en los Cahiers Juifs de París. Palabras de denuncia ante un mundo amenazado y dominado por el terror que se entregaba al Tercer Reich, la filial del infierno en la tierra. Como telón de fondo, la quiebra de la modernidad filosófica, religiosa, económica, social y política, que arrollaba las democracias europeas. El filósofo Jacques Maritain, parafraseando la cita de Péguy (la revolución social será moral o no será) afirmaba entonces que una renovación social vitalmente cristiana será obra de la santidad o no será. Y es que, ante el imperio de la hoz y el martillo, el fascio y la cruz gamada, no es organización, es verdad y, digámoslo, santidad, lo que el mundo necesita.
El siglo XXI amaneció con el derrumbe de las torres gemelas, el choque de civilizaciones y las bolsas de pobreza ocultas tras las bambalinas de las metrópolis capitalistas. La banlieue parisina, los suburbios de las ciudades francesas, ardieron en noviembre de 2005. Con los inicios de la crisis económica, el malestar social se disparó. Grecia se precipitaba a la calle en diciembre de 2008, con una huelga general y guerrillas urbanas. Los indignados españoles se organizaron el 15-M. Una protesta pacífica que degeneró en altercados en Madrid y Barcelona, a cuyos políticos se insultó, agredió e incluso confinó en el Parlament. Las barriadas inglesas se revolvieron, a su vez, del 6 al 11 de agosto, saldándose los disturbios con miles de detenciones.
A todo ello hay que añadir, ya fuera de Europa, las revoluciones y protestas en el mundo árabe, desde octubre de 2010 hasta hoy.
Ante la desesperación de una generación perdida, ante el eclipse de Dios, ante el naufragio profesional y existencial que aqueja hoy a tantos jóvenes, Benedicto XVI ha lanzado palabras de esperanza. La imagen del Papa de 84 años zarandeado por la tormenta, con la voz frágil y el cabello encrespado era una metáfora de nuestro tiempo. La de quien vivió la crisis de la modernidad en su caso, el nazismo y hoy desafía la dictadura del relativismo que ha entronizado la posmodernidad. Frente a los callejones sin salida de la droga, la banalización del sexo o el individualismo salvaje, recordaba: No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad, nos alentaba: porque Dios trocó la frustración de la cruz en icono del amor supremo, capaz de humanizar a todo hombre; porque su Hijo nos entregó la Buena Noticia que devuelve la esperanza al mundo.