Decadencia política

07/07/2014 - 23:00 Jesús Fernández

Analizando la estructura fundamental de la personalidad humana nos encontramos con la aspiración y la tendencia del poder como un impulso básico del ser humano. Los poderosos vienen presentados como hombres ideales y paradigmas a imitar por los demás ciudadanos. Esto hace mucho daño en nuestra sociedad porque distorsiona los valores y altera las motivaciones humanas y profesionales de la población. Por el contrario, no se elogia la sencillez de vida, la austeridad y entrega de tanta gente dedicada a cumplir silenciosamente, con eficacia, sus compromisos diarios sin aparecer en público, sin ser conocidos o reconocidos y, mucho menos, sin ser aplaudidos. La política parece un desafío o una pasarela donde se escoge no a los más capacitados sino a los más atractivos o simpáticos, no a los más inteligentes sino a los más astutos y atrevidos. Hay que cambiar toda una cultura de lo público. No necesitamos dirigentes famosos, conocidos sino personas austeras, calladas y sencillas ocupando los puestos de responsabilidad y gobierno. Preparados pero no prepotentes. Tenemos que invertir la escala de valores y medir o apreciar a las personas por su honestidad, rectitud, bondad, incorruptibilidad, coherencia, ejemplaridad. Lo contrario es todo engaño y utilización de la imagen elaborada o construida artificialmente mediante técnicas de lanzamiento social. De este modo caminamos hacia la decadencia de la política o falta de aceptación y credibilidad de esa actividad. Los políticos tienen un concepto y autoestima exagerada de su importancia y función que a veces llega a la prepotencia.
La palabra misma lo dice, pre-poder, antesala del poderío que muestran ante la población para conseguir ser respetados, temidos, reverenciados, saludados, aclamados. En ello basan su personalidad e influencia. Todo ello degenera en soberbia, altanería, inclinación y sometimiento de la población que se convierten en súbditos y lacayos de los caprichos del mandatario de turno. No se puede despertar al león que duerme ni arrojar carne al hambriento excitando sus instintos. Todo este diseño de personalidad se utiliza para influir y mandar en las conciencias ajenas. Quieren controlarlo todo, las ideas, las opiniones, las preferencias, los gustos, las creencias, las libertades de los demás y exigen reconocimiento y adhesión incondicional a sus deseos e indicaciones. Les ciega el espíritu mesiánico o profético con el que prometen bienestar y salvación al pueblo sufrido y necesitado de salvadores. No piensan en la propia flaqueza o inestabilidad del poder, en la vulnerabilidad de sus apreciaciones, en los errores de previsión, en la inseguridad de sus seguridades. No piensan que son hombres, sólo hombres, y el poder que ocupan y usan durante algún tiempo no cambia para nada su naturaleza frágil y egoísta. Hombres dejé y hombres encontré. Siempre hombres.