Del tío Cabrillas
07/07/2014 - 23:00
El otro día tuve un caso, que hizo retrotraer mi mente a la más tierna infancia y me recordó la historia del tío Cabrillas. Pero como primero es lo primero, vayamos con el caso. Llegó un cliente nuevo al despacho, con lo que una vez procedido al examen exhaustivo de su expediente, observo alguna operación de lo que se ha venido llamando contabilidad creativa o ingeniería fiscal. Como considero que son de dudoso encaje legal en nuestra normativa, le llamo para ponerle en antecedentes. En ese momento aparece el Lagartijo de turno, como autor intelectual de la tropelía. Pero lo peculiar del caso llega cuando cuantificamos el riesgo. En ese momento, sobrecogido este pobre hombre, me manifiesta, que él estaba mucho mejor antes, en su feliz ignorancia, sin saber lo que le podía pasar. Que si luego pasaba algo, pues bueno, que si no él vivía feliz. Ahí es donde yo recuerdo, al mencionado tío Cabrillas. Hijo único de una pareja de pastores de mi pueblo, se crió de paridera en paridera, en pleno monte y sin apenas contacto con el pueblo. Perdió a sus padres cuando apenas acababa de cumplir los 10 años. Pero como aquellos tiempos no eran estos, la asistencia social entonces era una quimera. El cura, por el médico y este por el maestro, él siguió solo en el campo ocupándose de sus ovejas y cabras, en el más absoluto analfabetismo. En esas andaba, cuando le sorprendió la pubertad y las hormonas comenzaron a hacer de lo suyo. Con lo que sin ningún remordimiento y viéndolo como algo natural, comenzó a practicar la zoofilia caprina. Hasta que llegado el momento, de llamar a los mozos a filas, alguien recordó que le había comprado un par de lechales al chico de los pastores. Una cosa llevó a la otra, y la otra llevó a la Guardia Civil al monte. Con lo que el pobre fue tallado y enviado a la Academia de Artillería de Fuencarral.
En la mili, a falta de ganado caprino, se encargó del caballar. Hasta que cuando se iba a licenciar sus compañeros le obsequiaron con una noche un lupanar. Él que nunca había conocido hembra más delicada, que una cabra de angora, se encaprichó de aquella su primera mujer. Con lo que no cejó en su empeño de hacerla pasar por vicaria. La meretriz, vio la ocasión de conseguir papeles y nacionalidad en el pobre infeliz. Con lo que terminó casada y con DNI. Una vez obtenido esto y no sin antes limpiar sus cartillas, le dejó plantado con sus cabras y sus ovejas. Desde aquel día, el pobre tío Cabrillas, deambuló por el pueblo, refugiado en el tintorro y repitiendo sin cesar, lo feliz que había sido él mientras vivía en la ignorancia y se amancebaba con sus cabras. Espero que mi cliente me perdone por la comparación. Tal y como perdonaron la pestilencia que emanaba del tío Cabrillas dos hermanos que vinieron por el pueblo a escucharle de viva voz su historia: Lana y Andy Wachowski. Que la fuerza os acompañe.