Derogar la Historia

25/12/2017 - 12:06 Jesús Fernández

Hemos establecido un gran conflicto entre pasado y presente, entre tradición e innovación del mismo pueblo.

Siempre la historia fue aliada del poder. Cada grupo, tendencia, partido, nacionalismo, que alcanzan el poder, alcanza también la historia. Encargan su narración  e interpretación. Ello no sólo porque, con el poder, se hace o se entra en la historia sino porque, desde el poder, se rehace o se reescribe la historia de tal manera que todo es historia del poder. Todas las categorías políticas o los análisis sociológicos tienen un transfondo histórico cuando hablamos de transición, de Constitución, de cambio, de avance, de transformación, nos referimos a tiempos y actuamos en los tiempos, en los hechos. Medimos la fuerza de las ideas y la consistencia de las instituciones por su duración. De tal manera que la historia deja de ser lo sucedido para pasar a ser lo narrado. Hay que desviar el sentido de la historia, hay que derivarla hacia los propios intereses.  
    Esto sucede así. Los partidos que llegan al poder y al gobierno, llaman a sus adeptos y expertos en escribir la historia, colocados en universidades, departamentos, instituciones o comisiones y les dicen o prometen que hay tanto dinero sobre la mesa, a su disposición para todos aquellos que se sometan a la idea o perspectiva que conviene aplicar a la lectura del pasado. Y hay muchos intelectuales que se someten, se doblegan y adaptan su inteligencia, objetividad y razón a las razones de conveniencia. Luego se prepara a un ejército de distribuidores y divulgadores que llevan esas ideas a las mentes de los adolescentes en las aulas o a los lectores en los Medios de comunicación e información. Así se convierten de receptores en trasmisores. Ya está la “memoria histórica” de un pueblo introducida en el circuito del aprendizaje y de las generaciones. En el fondo, no hacemos memoria de lo existido sino de lo que queremos que exista. Somos unos creadores frustrados.
    Muchos partidos pretenden, así, derogar la historia y redistribuir el territorio. Conseguida la soberanía nacional, se convierten en fijadores y distribuidores de fechas y fronteras. Todo ello sucede con un deseo de ampliar lo que, en otro tiempo tan infeliz, se llamó “Lebensraum” o nuevos espacios para la vida, nuevos horizontes  para la expansión del espíritu nacional. Por eso se llaman populismos lo que otras veces se llamaban nacionalismos. Estamos viviendo una fuerte fiebre de cambio. No nos adaptamos al mundo que existe. En vez de adaptarnos a ese mundo, optamos por el mundo en que querríamos haber nacido.  
    Hemos establecido un gran conflicto entre pasado y presente, entre tradición e innovación del mismo pueblo. Los poderosos son los dueños y poseedores de la historia y su memoria. La historia y la historiografía la escriben siempre los vencedores, los que tienen el poder. Los pobres no tienen derecho a la historia. Ello implica una doble tarea difícil de compaginar: deconstrucción de la historia real y construcción de la inventada. Tan importante es el tema de la historia en las formaciones de izquierda marxista, incluida la bienaventurada socialdemocracia, que han llamado a su método de análisis materialismo histórico. Como todo, han convertido el debate en combate, en conflicto. Según ellos, la historia, el devenir de la humanidad, responde a las formas de producción y la han hecho los obreros, el proletariado, pero se la han apropiado los capitalismos. Hay que liberar la historia de la interpretación de las clases dominantes hasta que ellos mimos dominen las clases mediante la dictadura del proletariado. Entonces se encenderá la luz de la razón y se iluminará la historia que hasta ahora estaba secuestrada o prisionera de intereses ajenos a ella. Mientras tanto hay que recuperar la memoria histórica.