Desayuno con tanques

08/05/2018 - 17:00 Jesús Fernández

Concedido el permiso y una vez en tierra, bajan los soldados de los aviones y toman el control del aeropuerto.

Mayo de 1968. Se cumplen ahora 50 años de aquella explosión estudiantil. Un 21 de agosto de ese año, yo salía  de España cargado con una maleta de nada, camino de Alemania. Atravesé las Landas para llegar a Paris. Entré por Austerlitz y me trasladaba a la Gare de l”Est de donde salía mi tren para Alemania. Era domingo por la mañana. Las calles vacías, la  ciudad,  callada y en calma. Las paredes conservaban frescas las pintadas. Prohibido prohibir, decía una. La imaginación al poder, decía otra. Dios ha muerto, firmado Nietzsche. Al día siguiente escribían al lado, Nietzsche ha muerto, firmado Dios. Otro escribía debajo, Ni Dios ni Nietzsche han muerto, dejadme en paz, firmado, Yo. El tren hacía el recorrido Metz, Apach (frontera) Trier y jugando al escondite con el río Mosel, llegaba a Koblenz. Cuántos paseos aquel verano por el “Deutsche Ecke”.
    En los informativos de la ADR (el primer canal de la TV alemana) daban aquellos días  imágenes de la visita oficial de Alejandro Dubzeck (el nuevo dirigente de Checoslovaquia) a la Alemania Occidental respondiendo a la “ostpolitik” de Willy Brandt. Pero ahí se acabó la fiesta. Ya no se podía permitir más apertura. Al día siguiente, la ocupación de Praga por los tanques del pacto de Varsovia. La ocupación tuvo lugar así. A media noche, unos aviones militares rusos, pintados y camuflados con colores de la aviación civil y comercial, entrando en el espacio aéreo de Checoslovaquia, piden permiso a la torre de control de Praga para aterrizar por razones técnicas o de emergencia. Concedido el permiso y una vez en tierra, bajan los soldados de los aviones y toman el control del aeropuerto, incluida su torre. Entonces comienzan a llegar, por el aire, aviones militares rusos cargados de tropas  y de tanques que son desembarcados y enviados a patrullar la ciudad, ante la mirada atónita de la población. Praga estaba ocupada por tanques y soldados soviéticos. Era el 22 de agosto de 1968.
    Esa mañana bajé a desayunar y ya estaba allí el catedrático con el periódico leído y, después de saludarme, me preguntó si lo había leído yo. Al responderle que no lo había leído, dijo con voz más baja, en tono irónico “lo que no nos dejaron hacer a nosotros lo hacen ellos ahora”. Después de comer (en Alemania se come a las 11,00) subí a un tren de cercanías y a las 13 horas estábamos protestando miles de estudiantes ante la Embajada soviética en Königswinter, a las afueras de Bonn. Allí me esperaba Gisella Huber, una hermosa joven alemana que trabajaba en el Hospital de Am Venusberg.
    La alegoría es perfecta. Muchos jóvenes comunistas de hoy en España, herederos del marxismo, camuflados, engañan al pueblo y, como aviones pintados, escuelas y universidades, lenguaje y medios de comunicación, toman el control de la sociedad para ocuparla con tanques de ideas totalitarias, suprimiendo ideologías que no sean de ellos. Y ponen claveles en las bayonetas. Los demás tenemos que desayunar con tanques marxistas de hoy que nos invaden y aplastarán nuestras libertades mañana.