Días de bombo

16/12/2017 - 13:40 Antonio Yagüe

Las supersticiones han agotado este año el 155, por el estreno en Cataluña del famoso artículo constitucional.

Ni el actual quilombo catalán, como lo define atinadamente el colega Graciano Palomo, ni otros vaivenes políticos o contiendas han logrado frenar la curiosa tradición de que los bombos repartan suerte entre la gente cada diciembre. Desde hace más de dos siglos, en 1812, cuando se creó la Lotería de Navidad con el objetivo de recaudar dinero para la maltrecha economía de España, todavía en guerra contra la Francia de Napoleón.
    Pasan los años, envejecemos, pero los niños del colegio de San Ildefonso siempre se mantienen jóvenes y nerviosos, protagonistas de uno de los momentos clave de estas fiestas. Con la ilusión de que sacarán a alguien de un apuro. Un deseo bien explotado por las magistrales campañas de Montoro, a quien siempre toca, para reavivar la envidia de que la suerte puede caerle al vecino, pariente, jefe compañero de trabajo o celda en Soto del Real. Y a tí. Pero si juegas, claro.
    Las supersticiones han agotado este año el 155, por el estreno en Cataluña del famoso artículo constitucional, y otros números “bonitos” acordes con ideologías, acontecimientos deportivos, fechas inolvidables para bien o para mal, deseos, sueños o simples barruntos. Se ha detectado un aumento de jugadores turistas extranjeros, sobre todo chinos e hispanoamericanos, con sus particulares, amuletos, talismanes y mitos para atraer la suerte. Como los extendidos por la cultura gitana de frotar el décimo en la barriga de una embarazada, la chepa de un contrahecho o la calva de un calvo.
    En Molina de Aragón se ha puesto de moda adquirir, en la administración o por internet, el 11528, premiado con el Gordo hace nada menos que 165 años. Entonces el décimo costaba 60 reales y el premio alcanzaba las 120.000 pesetas de la época. Seguramente de mayor valor que los 400. 000 euros actuales, para tapar tantos o más ‘agujeros’ que ahora de muchachos estudiando fuera, casas, piazos, caballerías y ganados.  
    “Tontilanes. ¡Qué os va tocar! Lo que hace falta es que no nos caigan otras loterías malas”, desaconsejaba mi madre ante la tentación de comprar. Y remachaba con la moraleja arrefranada: “trabajo y economía son la mejor lotería”. Seguramente llevaba rozón. Sin saber matemáticas ni sucesos estocásticos, sabía de las remotas posibilidades de toparse con el Gordo.