¡Dios sí, Iglesia no!

10/09/2011 - 00:00 María José Navarro


Cuando aún resuenan los ecos de la polémica visita papal a Madrid, en la que tanto por simpatizantes como por detractores se utilizó de forma poco respetuosa la palabra Dios, habría que decir que ciertamente en la actualidad la palabra Dios va siendo relegada cada vez más a un segundo plano y todavía más la expresión «Dios en nosotros», en ocasiones incluso el usarla se puede interpretar como una provocación. Sin embargo por doquier se oye hablar de las catástrofes que aquejan a este mundo y de cómo se comportan muchas personas con sus semejantes.

  La Tierra con sus animales y plantas, sufre bajo el fraude que se hace al poner a todo la falsa etiqueta de «cristiano», también por el egoísmo de los explotadores. Cada cual tiene sus argumentos para explotar la tierra, para torturar y matar a los animales y para destruir la naturaleza. Y todo esto con seguridad no tiene nada que ver ni con Dios ni con Jesús. El número de personas que se sale de la Iglesia aumenta. Una y otra vez se escucha hablar de los excesos de la casta sacerdotal, de falsedades, mentiras e innumerables perversiones.

   Muchos están decepcionados de su institución, en la que hasta ahora habían creído y donde buscaban a Dios. Otros por su parte dicen: «¡Dios no existe! Y si existiese, ¿dónde está?». Los superiores de la Iglesia no son dignos de crédito y los partidos debaten sobre el bien común, pero si se observa todo se descubre que sólo se trata de dividendos bursátiles. Mientras a los ciudadanos se nos carga con más impuestos. Mientras el gobierno de muchos países siga sosteniendo el estribo de la casta sacerdotal, es decir, subvencionando a la Iglesia, la situación no cambiará, porque el Estado que sujeta el estribo y a la vez el jinete que conduce al caballo, no considerará necesario cambiar su comportamiento para con Dios y sus semejantes.

   Además, las Iglesias y catedrales son restauradas con miles de millones, que en definitiva tiene que aportar el Estado, es decir, nosotros los ciudadanos. Y esto, a pesar de que en las Biblias de los sacerdotes, a las que se remite la casta sacerdotal y que vende a sus fieles como la verdad absoluta, se lee: «Dios, que ha creado el mundo y todo lo que hay en él, Él, el Señor del Cielo y de la Tierra, no vive en templos hechos por mano humana». ¿Pero qué dijo Jesús de Nazaret? «Todos los que tomen la espada, morirán bajo la espada».

  Y este mundo muestra cómo somos: guerras, asesinatos, homicidios, hambre, sufrimiento, enfermedades, epidemias, martirio interminable de los animales; y luego surge la pregunta: ¿Por qué nos envía Dios tanto dolor y sufrimiento? Sin embargo no es el Buen Dios el que nos envía lo malo que viene a nosotros, somos más bien nosotros los que recogemos lo que hemos sembrado a través de nuestros pensamientos, palabras y actos negativos, oscuros, envidiosos y llenos de enemistad y odio, pues todo es energía y ninguna energía se pierde. Y de pronto viene una persona que se permite sostener la afirmación: Dios vive en nosotros.