El arte de David Hockney

30/12/2017 - 17:09 Emilio Fernández Galiano

Considerado el padre británico del ‘pop art’, pasó largas temporadas en los Ángeles, Estados Unidos, intimando entre otros con Andy Warhol.

Despido el año con un tema fresco y desengrasante, que no todo va a ser el procés. El Arte es universal, tomen nota los señores “indepes”, a ver si logran relativizar.
    No es muy conocido para el gran público, pero aquél que tenga alguna inquietud artística habrá oído hablar de él. Hoy por hoy, es uno de los creadores más emblemáticos del siglo XX. Hace días estuve en Bilbao y, como no podía ser menos, acudí al Guggenheim para ver la gran muestra de retratos de David Hockney, “82 retratos y un bodegón”, así se llama la colección expuesta.
    He de advertir que, al menos en mi opinión, el retrato no recoge la esencia de este artista británico (Bradford, Inglaterra, 1937), aunque sí, obviamente, muchas de sus características. Entre ellas la pretendida plasticidad un tanto infantil de sus diseños, aportando una originalidad innegable. Hockney tenía clara la intención de crear una colección, y así “uniformó” todos los retratos con los mismos fondos y suelos, con un azul cobalto y otro turquesa, alternándolos entre sí. Igualmente, son del mismo tamaño y realizados sobre la misma silla. Como todos los trabajos los hizo como máximo en tres días, utilizó para ellos pintura acrílica, de secado mucho más rápido que el óleo. Los personajes, famosos o, simplemente, personas anónimas que reclutaba sin condiciones, mantienen posturas en las que aflora la personalidad del retratado.
    Pero dicha exposición no puede condicionar la versatilidad de un artista prolífico en obra y vertientes, no en vano es también fotógrafo, grabador y escenógrafo. Considerado el padre británico del “pop art”, pasó largas temporadas en Los Angeles, Estados Unidos, intimando entre otros con Andy Warhol, de quien adquirió sin disimulo hasta su estilo en peinado, gafas y vestimenta. Declarado, también sin disimulo, abiertamente homosexual, elige al hombre en muchos de sus cuadros figurativos.
    Rebelde desde su juventud, obligando al prestigioso Royal College of Art a cambiar sus propias reglas debido a sus protestas, pronto revolucionó las normas académicas y oxidadas de algunas corrientes incorporando el acrílico en sus obras, por entonces un material poco reconocido, así como la intensidad y viveza de los colores. También defendió sin ambages el uso de las nuevas tecnologías. Sus “joiners”, collages fotográficos, su mejor exponente. En este sentido, en 2001 escribió un tratado, “Conocimiento secreto”, en el que defendía que los maestros clásicos del renacimiento utilizaron una “cámara oculta” con la que proyectaban sobre una superficie lo que querían pintar, de ahí que muchas de esas obras tengan una composición fotográfica.
    Es de destacar, dentro de su creatividad polifacética, los grabados en aguafuerte de su colección “La guitarra azul”, basados en el poema de Wallace Stevens  del mismo nombre. Igualmente flirtea con la moda a y con el mundo de la ópera, a través del diseño de escenografías.
    Nos encontramos sin duda ante unos de los referentes más consolidados del mundo del Arte, y en muchas de sus vertientes. Poliédrico y sin complejos. Un hombre del renacimiento en pleno siglo XXI.
    Aprovecho la ocasión para desear a todos mis pacientes lectores un feliz y venturoso 2018.