El ayer perdido

23/04/2017 - 14:03 Jesús de Andrés

 Ramón Hernández tiene ochenta y dos años y es el más grande de nuestros escritores vivos

Por su especial significación, el Día del Libro, que en España se celebra desde que Alfonso XIII firmara el decreto de su creación allá por 1926, destaca entre las festividades laicas que en las últimas décadas han sustituido el santoral por otras celebraciones más acordes con los tiempos. Decía Azorín que la lectura es un placer íntimo que además recoge el acervo de los siglos, lo cual suscribo, por lo que quiero recomendarles una buena lectura, o relectura si –como es probable- ya la han disfrutado: la mejor novela escrita sobre la ciudad de Guadalajara, El ayer perdido de Ramón Hernández.
    Como tantos guadalajareños, Ramón Hernández nació en Madrid. Aunque desconocido para gran parte del público, es uno de los novelistas más consolidados del panorama literario español desde los años setenta. Veinticinco novelas, publicadas en las mejores editoriales, y media docena de importantes premios avalan su prestigio. Ha tocado además otros géneros, como la poesía o la biografía (escribió la de Ángel María de Lera, otro insigne coterráneo nuestro), y ha sido motivo de varias tesis doctorales. Su obra, como suele ocurrir, ha tenido más repercusión académica en Estados Unidos que aquí. Nunca aprenderemos.
    En El ayer perdido, Ramón Hernández relata la vida de Vicente Anastasio Garrido de Tinajas, Tasio, desde su nacimiento en 1941, nada más terminar la guerra civil, hasta la muerte de Franco. A lo largo de sus páginas se sucede la experiencia vital del protagonista, su infancia y juventud felices en una Guadalajara socialmente cerrada pero abierta a los amigos, a los primeros amores, a los sueños que están por llegar. Por sus páginas se suceden las visitas al Cuartel de Globos, donde su padre era coronel, los bailes del Casino Nuevo, los entierros bajando por la Cuesta del Reloj mientras las caballerías se resbalaban por la pendient, el melero llegado desde Moratilla o Peñalver, los paseos por la Concordia y las Cruces, la compra de libros en la papelería Gutenberg, la misa de San Nicolás, la peluquería La Higiénica, los dulces de la confitería Herranz... La ciudad en los años cincuenta es un personaje más, reflejo de una España de economato y cartón en las suelas de los zapatos. En los sesenta, ya en Madrid, las referencias del protagonista serán históricas –el primer atentado e ETA o la llegada de Armstrong a la Luna-, y en la búsqueda de su propio camino, enfrentado a la figura paterna, Guadalajara, la memoria de la infancia, será el  refugio intemporal donde encontrar el ayer perdido.
    Ramón Hernández tiene ochenta y dos años y es el más grande de nuestros escritores vivos. Ojalá que no haya que esperar a su centenario o, peor aún, a su muerte para celebrar sus logros y rendirle homenaje. Mientras éste llega, regálense el placer íntimo de su lectura.