El corazón del horror

16/03/2018 - 13:05 Jesús de Andrés

La madre y los dos hijos murieron arrasados en un incendio.

Hace ya veinticinco años de aquel día, un 9 de enero de 1993. En Prévessin, una pequeña localidad francesa cercana a la frontera suiza, un incendio arrasó a media noche una casa en la que dormía una familia. Los bomberos no pudieron hacer nada más que sacar de entre los restos de la casa los cadáveres de la madre y de los dos niños de 5 y 7 años. Jean-Claude Romand, el padre, apareció abrasado pero con un hilo de vida. Los vecinos, aturdidos, lloraron por el fallecimiento de sus amigos y maldijeron su mala fortuna. Al día siguiente la policía encontró muertos, en la población cercana en la que residían, a los padres de Jean-Claude y a su perro.
   Las autopsias revelaron que todos ellos habían sido asesinados. La investigación desveló que Romand no era un prestigioso médico-investigador que trabajaba para la Organización Mundial de la Salud en Ginebra, tal y como creían todos sus familiares y conocidos, sino que estaba en paro y no había trabajado nunca. A lo largo de su vida había engañado a todos viviendo del dinero que conseguía estafando a sus allegados con inexistentes inversiones. Abandonó sus estudios al poco de comenzar la universidad. Pasaba sus días en zonas de descanso de la autopista o paseando por el bosque mientras creaba una red de mentiras cada vez mayor. Ante la imposibilidad de mantener por más tiempo su engaño, e incapaz de reconocerlo, decidió matar a toda su familia suicidándose él también. Pero se salvó y acabó, sin secuelas físicas, en una cárcel francesa.
   Este suceso, que conmocionó a Francia y al resto del mundo, fue recogido por Emmanuel Carrère en El adversario, una novela de no-ficción, un texto breve pero especialmente intenso, no tanto por la morbosidad del caso, que el autor deja a un lado, como por el espanto que narran sus páginas. Es el relato de un ser con apariencia bonachona, de un padre de familia que besa a sus hijos antes de irse a trabajar, de un vecino que saluda a sus vecinos, de un buen hijo que visita regularmente a sus padres, en el que, sin embargo, habita la maldad más absoluta, capaz de cometer una atrocidad digna de un monstruo o de un diablo.
   Lo recordé en estos días en que hemos descubierto entre nosotros a otro ser hecho de los mismos mimbres, en estos días en los que la mentira y la maldad se han unido de nuevo cogidas de la mano para mostrarnos a otro monstruo, esta vez más cercano. Más allá del merecido castigo que merecen, es imposible saber qué anida en el corazón de personas como Jean-Claude Romand o Ana Julia Quezada. Posiblemente un vacío existencial, una densa oscuridad, un horror al que ojalá no tuviéramos nunca que asomarnos.