El final del verano

31/08/2018 - 12:28 Jesús de Andrés

El final del verano es tiempo de propósitos, que no son sino un mapa para la vida, una carta de navegación, una ruta diseñada con la materia prima de nuestros anhelos. 

 

 El final de agosto, aunque la meteorología y la astronomía digan lo contrario, supone el final del verano, el inicio de un nuevo ciclo, la llegada de un otoño que, si bien no siempre se traduce en una repentina mudanza de las temperaturas, comienza a pesar en el ánimo. El final del verano es tiempo para reflexionar sobre el paso del tiempo, ese tiempo que madura, que pudre y erosiona, que cura, que cicatriza y sana, y que, sobre todo, cambia, nos cambia. Es tiempo de recoger los últimos frutos, de preparar la inminente vendimia, de celebrar la cosecha. Y como cada comienzo de un nuevo curso es tiempo de propósitos, que no son sino un mapa para la vida, una carta de navegación, una ruta diseñada con la materia prima de nuestros anhelos. 

Más allá del deseo, de las aspiraciones que todos compartimos, la intención de conseguir algo requiere de grandes dosis de valor, constancia y decisión. Tener un plan, una meta, impide que las circunstancias nos lleven aquí y allá sin ser capaces de poner rumbo. Tener un proyecto nos deja hacernos con el timón, con el control de nuestra propia vida. Fijar un norte, ajustar bien la brújula, nos permite escapar de la inconsciencia del dejarse llevar por los demás, por todos menos por uno mismo, de dejarse arrastrar por la vida. Para ello es necesaria una motivación, una razón de ser, un porqué, y gasolina para el camino.

El tiempo no para, el tiempo no se detiene. Todos queremos más tiempo, necesitamos más tiempo, días más largos, más tiempo para dormir, para descansar, para desarrollarnos, para hacer aquello que nos llena. Más tiempo para vivir. Al fin y al cabo, nuestro tiempo es nuestra vida. A veces se olvida esto último y hay que recordarlo. Aprovechar el tiempo es exprimir la vida, no desperdiciarlo pensando hacia atrás, en lo que pudo haber sido y no fue, en lo que hicimos o dejamos de hacer, en lo que dijimos o dejamos de decir, en las oportunidades perdidas, en las veces en que pasó el tren y no nos subimos a él; y no malgastarlo angustiándonos con el futuro, con lo que será de nosotros el día de mañana, con los temores a la vuelta de la esquina, con los miedos que nos amenazan. Aprovechar el tiempo equivale a alejar la desidia, desterrar la pereza y crecer. Es sinónimo de evitar la dispersión, de aprovechar cada oportunidad que se nos ponga por delante. Qué mejor propósito de final de verano, de inicio de una nueva etapa, que vivir plenamente el presente, que fijar una meta que podamos cumplir, que dejar atrás lo gris del pasado y evitar los infundados temores futuros. Qué mejor aspiración que tener un destino, respirar profundamente y vivir en calma.