El Guitón Honofre de Palazuelos

27/08/2017 - 10:50 Luis Monje Ciruelo

 A Palazuelos no le queda otro remedio que hacer un festival medieval, porque el Medievo nunca ha dejado allí de estar presente con sus formidables murallas y su iglesia románica.

Espero que alguna asociación cultural no tarde en ponerse al día en esa línea organizando su propio festival, puesto que Palazuelos es una pedanía de Sigüenza y el Ayuntamiento matriz no va a promover su propia competencia. Y a Palazuelos no le queda otro remedio que hacer un festival medieval, porque el Medievo nunca ha dejado allí de estar presente con sus formidables murallas y su iglesia románica, hoy de portada un tanto desvaída frente a las inmediatas de Carabias y  Pozancos. Las tres puertas cuadrangulares que permiten el acceso en ángulo recto a Palazuelos con saeteras y cubos esquineros y algún lienzo con adarves bien conservados, refuerzan el medievalismo del pueblo, también en su aspecto literario, con la novela picaresca El Guitón Honofre que, al parecer, tiene tanta categoría literaria como El Lazarillo de Tormes y el Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán. Escrita la novela del Guitón en Palazuelos en 1604 por el Licenciado Gregorio González, del Colegio trilingüe de Alcalá, un año antes de la publicación del  Quijote, aunque no se publicó hasta 1973 al servir de tesis doctoral en la Universidad de Carolina del Norte. Relata Honofre su vida de pícaro en Palazuelos o en Sigüenza como criado de un sacristán de la catedral. Y, como Sancho Panza, Honofre salpica su habla de dichos, refranes y sentencias que demuestran su buen juicio cuando no está actuando de Guitón, pero también qué razonables las críticas que recoge contra los padres teatinos de Sigüenza por la casa de recreación que tenían en las afueras, en donde, aparte de la huerta, crían gallinas y pavos, y comenta ¡qué boca de escorpión la del vulgo!, qué impertinente en razones!, qué desenvuelta en decillas!, enfermos tienen en qué gastar esos productos ¡cuánto ganaría el maldiciente callando!. Y al fin no hace menos el malo que disimula su mal,  que el bueno que persevera en su bien. Y más adelante cuenta que en ocasión en que el sacristán le dio una horas libre se fue a pasear por Sigüenza y se acercó al mercadillo donde pensaba jugar con un real que le habían dado para comprar albérchigos, pero el juego le salió mal y el real se perdió con el dolor añadido de haber dado con una hortelana más pícara que él. La novela termina con una relación de unos mil refranes antiguos entresacados del texto.