El obús de Atienza

23/07/2015 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

Qué habrá sido del artillero republicano que en agosto de 1936 disparó el obús que hasta ahora ha estado clavado en un muro de la iglesia de San Juan, de Atienza? Y si digo republicano es porque entonces estaban ya en Atienza las tropas de Franco, y los republicanos iban a atacarles desde Sigüenza. Disparaban tiros y cañonazos todo el día, sin intentar el asalto, y regresaban con sus muertos a su base de la ciudad mitrada. Y repetían varios días después. Hasta que un día se encontraron a los nacionales a mitad del camino, concretamente en Riba de Santiuste, y la escabechina fue mayor. Desde mi Palazuelos familiar oíamos los disparos de fusilería y de vez en cuando los cañonazos, así que puedo decir que quizá escuché el disparo del obús recuperado ahora, 79 años después. Iban los milicianos con gran jolgorio de cánticos y banderas, como si fueran de “picnic” y regresaban al caer la tarde en silencio con sus muertos, ajenos a la más elemental estrategia de guerra. Otro día, exactamente el cinco de agosto de 1936, según cuento en mi libro Memorias de un niño de la Guerra, la tropas nacionales de Atienza sorprendieron a la guarnición republicana de Sigüenza con un ataque sorpresa que fracasó por descoordinación con las que atacaban desde Alcolea. Algún cañonazo cayó cerca de Palazuelos y provocó una huida masiva de vecinos, aunque un poco más allá del castillo se volvieron, reflexionando que si allí había ganado siempre el Conde de Romanones, poco miedo debían de tener a las tropas de Franco. Pero éstas a raíz del ataque a Sigüenza consolidaron su avance y situaron un cañón del 7’5 en el Barranco Botija y otro del 10’5 en el cerro Montayano, con los cuales cañoneaban intermitentemente la ciudad. Por encima de las eras pasaban bufando los proyectiles del 10’5 y segundos después nos llegaba el ruido de la explosión. Y así estuvieron hasta el ocho de octubre en que los nacionales atacaron en serio y conquistaron la ciudad, aunque las tropas republicanas se encerraron en la catedral y resistieron una semana más a los disparos de obuses del diez y medio desde la Alameda. Yo fui en esos días, niño de doce años, a Sigüenza con mi tío y teníamos que cruzar las calles corriendo para desenfilarnos de los disparos desde la catedral. El hallazgo de ese obús en Atienza me ha hecho revivir, como si fuera ayer, esas vivencias, entre otras muchas que recojo en el libro.