El pesimismo estéril

10/09/2018 - 20:07 Atilano Rodríguez

Además, no deberíamos olvidar tampoco que el triunfo de los cristianos es el triunfo del Crucificado.

Con frecuencia, algunos medios de comunicación social suelen mostrarnos los males de nuestro mundo y también los pecados de la Iglesia. Esta visión negativa y oscura de la realidad, aunque sea verdadera, puede llevarnos a la conclusión de que no existe nada positivo. Es más, podríamos llegar a verla como excusa para frenar nuestra entrega.

La contemplación de las dificultades y los aspectos negativos que percibimos en el mundo y en la Iglesia a veces nos convierten en pesimistas y quejosos, en profetas de calamidades y en sujetos desencantados ante la vida. Con esta negatividad es imposible evangelizar y asumir nuevos proyectos pastorales, pues quien ha perdido la confianza en la acción del Espíritu y en la fuerza transformadora de la gracia divina ha enterrado sus talentos y ha perdido de antemano la mitad de la batalla.

En medio de la realidad de increencia y de indiferencia religiosa, así como en el reconocimiento de nuestros pecados, la mirada de quien cree en Jesucristo resucitado y sea fía de Él tiene que ayudarnos a descubrir los aspectos positivos y luminosos que el Espíritu Santo proyecta sobre la realidad y sobre tantas personas buenas, que nos recuerdan cada día que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20).

Ciertamente, tenemos que sentir hondo dolor por nuestras miserias y pecados, reconociendo ante el Señor y ante los hermanos que somos pecadores y que, con nuestros pecados, especialmente con los de omisión, generamos desánimo y desconfianza en la convivencia social y en la misión evangelizadora de la Iglesia. Esto, sin embargo, no debe significar menor confianza en la acción del Espíritu Santo ni menor generosidad en el servicio a nuestros semejantes.

Con la dolorosa conciencia de las propios pecados y fragilidades, es necesario seguir adelante sin declararnos nunca vencidos ni derrotados. La meditación de Palabra de Dios y la experiencia de la divina misericordia nos invitan siempre a recorrer el camino de la vida con la profunda convicción de que las cosas imposibles para los hombres, son siempre posibles para Dios.

Además, no deberíamos olvidar tampoco que el triunfo de los cristianos es el triunfo del Crucificado, de la victoria de Jesucristo sobre el poder del pecado y de la muerte. Esto quiere decir que no puede haber victoria para sus seguidores sin experimentar la cruz de la propia limitación, sin el combate con el mal y sin el desprecio de los demás.