El simbolismo de la ley

15/01/2018 - 20:58 Jesús Fernández

En los próximos tiempos, los jóvenes no se van a sentir constreñidos ni condicionados por el llamado peso o valor de la ley.

 

El derecho real de los Estados ha muerto y ha nacido el derecho simbólico, virtual. Los sistemas democráticos se han convertido en un inmenso museo de símbolos, incluidas las leyes. La ley del símbolo ha sustituido a la fuerza de la ley. Ya no podemos hablar de imperativos, de obligación, de vinculación, de fuerza normativa. Pero si los parlamentos, los sistemas jurídicos, los códigos, los tribunales se han convertido en algo vacío y simbólico, con las calles llenas de multitudes, con las aclamaciones  ha pasado lo mismo. ¿Dónde está hoy realmente la fuerza de la ley? Parece que la conciencia prevalece sobre la ley cuyo cumplimiento obligado se ha debilitados. Hoy día parece que la ley es una opción y no una obligación, una exigencia o un compromiso. Declaraciones, discursos, proclamas, e incluso resoluciones, decretos y sentencias ¿tienen valor real, objetivo o, por el contrario, son algo simbólico que no obligan o vinculan a nada y nadie se siente aludido o afectado por ellas? Llegamos a la conclusión de que las leyes no cambian la vida ni la conducta de nadie, o sea, nadie cambia de costumbres por ella.
    Vivimos en una democracia simbólica donde nadie se siente comprometido. La expresión ha sido acuñada por la obra de Emanuel Richter titulada “Simbolismo democrático” como una teoría de la democracia.  Legitimidad simbólica, legalidad teórica y abstracta, representación ideal e inconcreta de los sistemas. Esta es la enfermedad y la muerte de los sistemas. Estamos viviendo una reducción  simbólica de todo el derecho en los países democráticos. Los valores y derechos como contenidos de las leyes desaparecen en una nube simbólica sin incidencia. Hay leyes y hay valores pero es que la ley es un valor que contiene y protege a los demás.
    En los próximos tiempos, los jóvenes no se van a sentir constreñidos ni condicionados por el llamado peso o valor de la ley sin la cual no existe democracia posible o real. A continuación viene el desafío, la desobediencia. Muchos ciudadanos hacen de ese desafío una profesión, una ocupación política. Como no hay una ley que persiga a los que persiguen la ley, todo queda impune. El simbolismo de la ley se alimenta a si mismo. Pero ellos, los que no obedecen las leyes de los demás, luchan por ser origen de poder, de normas, de mandatos, de directrices. Entonces sí obligan sus leyes, sí son imperativas y normativas. Esta tendencia del hombre a imponer, a entender la voluntad propia como imposición de la ajena, está en el fundamento de los totalitarismos, las dictaduras implícitas o explícitas.