El vacío de las crisálidas

20/10/2017 - 12:23 Emilio Fernández Galiano

La otrora bonita Barcelona en una de sus noches mágicas celebraba uno de sus grandes premios en la penumbra.

De premios literarios, reconocimientos. La caída de la hoja premia a los que escriben sobre otras para terminar acariciándolas en busca de una gran aventura. Esta semana hemos disfrutado con Javier Sierra y su premio Planeta tras su estelar presencia en las Noches Literarias del Parador de Sigüenza, que con gran tino e ilusión esta manejando su director, José María Pérez-Reverte, con la colaboración del Ayuntamiento de la capital doncelina. En la gala planetaria, el escritor turolense agradecía la ausencia de políticos por mor de la literatura, de los libros. Pero se notaba un vacío en el evento y en sus palabras. La otrora bonita Barcelona en una de sus noches mágicas hoy celebraba uno de sus grandes premios en la penumbra. O en el complejo. O en la vergüenza.
    Eduardo Mendoza, catalán universal, por el que siento una especial predilección –su obra Riña de Gatos es deliciosa, especialmente para un pintor-, “festejaba” con tristeza su premio José Luis Sampedro del Festival Getafe Negro. “Quien crea una victoria también crea una derrota”, manifestaba con amargura y responsabilizando sin matices a los independentistas de que “están yendo hacia un camino perjudicial para todo el mundo, en un lío que va a acabar mal».
    Otro galardonado, Fernando Aramburu y su “Patria”, con el Premio Nacional de Narrativa, arrastra en el reconocimiento la triste historia de un nacionalismo convulso,  y por el que “lo más difícil fue encontrar la forma literaria de expresar el dolor, un dolor que yo sé que excede el ámbito de la imaginación, que ha afectado y sigue afectando a numerosas personas”.
    Hace días, el Nobel Vargas Llosa dejaba caer como pétalos ante la multitud su lacónica sentencia: “El nacionalismo es la peor de todas las pasiones”.
    Mañana se entregan los Premios Princesa de Asturias. El poeta polaco Adam Zagajewski, reconocido con el de Literatura, alerta que el nacionalismo “es un incendio forestal que puede descontrolarse”.  Y los adorables Les Luthiers, premiados con el de Comunicación y Humanidades, que “siempre encubre alguna forma de xenofobia”.
    No traigo aquí a tarambainas, ni a alocados iluminados, cito a lo mejorcito de nuestras letras, mentes privilegiadas para la razón y la creatividad. Ha habido muchos más, desde todas las vertientes artísticas,  que se han sumado a denunciar esta deriva otoñal que nace desde el odio y para el odio. Para romper una sociedad y, con ella, quien la integra; familias, amigos. El odio se alimenta de la mentira. Y como de letras hablamos, permítanme este guiño poético: Como los gusanos para transformarse en pretendidas mariposas, que terminan siendo sólo polillas dejando vacías las inútiles crisálidas.