En clave de PSOE

23/09/2017 - 11:50 Emilio Fernández Galiano

 Sánchez no puede convertir un problema de Estado en una ocasión política, por más que le tienten los cantos de las sirenas morada.

Cuando en 1933 el entonces presidente del Partido Socialista Obrero Español, Largo Caballero,  abandonó la vía parlamentaria por la revolucionaria no sabía que su decisión iba a desembocar en una de las mayores tragedias de la historia de España. De haberlo sabido con total exactitud, por muy radical que fuera su liderazgo, no hubiera obrado así. El antecedente, como tal, es mucho más aproximado a la deriva secesionista actual de los independentistas catalanes que la del propio Lluis Company cuando en 1934 declaró el “Estado Catalán”. No en vano el líder de Esquerra Republicana lo hizo dentro de la “República Federal Española”, en una fallida estrategia de formar un gobierno español “paralelo” con sede en Barcelona.
    Años antes, durante la dictadura de Primo Rivera, el PSOE  colaboró  con la “dictablanda” cerrando los ojos a la purga  que el general hizo con el resto de los sindicatos. El propio Largo Caballero fue nombrado consejero de Estado, hecho que dividió a los socialistas en dos pues la aceptación de dicho nombramiento implicaba el reconocimiento oficial del partido fundado por Pablo Iglesias de un régimen militar.
    Ese suceso iba a marcar la trayectoria de Largo Caballero, por cierto, hijo de una briocense que denunció a su marido por malos tratos. Tras la dictadura de Primo se envolvió en un radicalismo sobreactuado para borrar un bochornoso pasado. Y se echó al monte liderando el fallido golpe revolucionario del 34 que a la postre  desembocó en  otro fallido golpe de Estado, el del 18 de julio de 1936 y, al fin y al cabo, en el inicio de la guerra civil.
    Ahora en la trastienda, Artur Mas me recuerda por lo mismo a Largo Caballero. Tras una desastrosa gestión como presidente de la Generalitat con unos penosos resultados económicos y el cierre o fuga de miles de empresas, ocultando la merdé del 3% bajo la alfombra nacionalista, el que se erigió en mesías de su nación, como si una persona  pudiera poseer una nación –lo mismo creía Hitler, cosas del nacionalismo-, el que hundió a su propio partido hasta convertirlo en casi extra parlamentario y prócer de su heredero y su misma larga sombra, un tal Puigdemont, para continuar su alocada deriva, contempla hoy, como Nerón, cómo arde Cataluña.
    Los antisistema y podemitas, al calor de las llamas, aprovechan la situación para beneficio propio, que es el asalto al cielo, al poder, como sea, antes que desde las urnas porque saben que a través de ellas, ni de coña. Los parias de la tierra convertidos en nacionalistas, qué barbaridad, qué anacronismo.
    Se podrá discutir el modo de la actuación de Rajoy, por más que ha sido tanto valorado por su paciencia como criticado  por su falta de contundencia y ahora por su tardanza, pero nadie puede discutir el motivo de su actuación: exigir el cumplimiento de la ley, así de sencillo. Calculando en frío las constantes provocaciones para que moviera ficha, no ha tenido otro remedio que moverla en defensa de la legalidad y la Constitución. Es que no hay posible discusión al respecto.
    La iniciativa ha de tener el respaldo del principal partido de la oposición. Sánchez, que no ha disimulado en sucesivas ocasiones sus legítimas ambiciones de poder, no puede convertir un problema de Estado en una ocasión política, por más que le tienten los cantos de las sirenas moradas. Su partido tiene historia suficiente para contrastar cuándo ha triunfado y cuándo ha fracasado. Sus fracasos es mejor dejarlos en las sombras del pasado, pero sus éxitos están indefectiblemente ligados a épocas en las que ha jugado un papel moderado, y basta recordar a Felipe González tras el congreso de Suresnes y su famoso “hay que ser socialistas antes que marxistas”. Sonaría hoy muy bien un “hay que ser socialistas antes que nacionalistas”. El futuro inmediato de España, en clave de PSOE.