España una: adiós a las bromas


Los españoles han hecho a los vascos y catalanes concesiones que no se pueden sostener en una Constitución madura.

Lo que estamos viendo en Cataluña es sencillamente asqueroso y digno de una raza inferior. Bien entendido: en este mundo la única raza inferior es la de los racistas. Pero detrás de los golpistas catalanes que cada día nos hacen perder el tiempo con seudoproblemas, vienen los vascos, perpetuos chalanes extorsionadores del resto de los españoles. Ellos también quieren ser reconocidos como “nación”, anexionarse Navarra y tener un diálogo “bilateral” con el gobierno de España. Diálogo bilateral significa ser reconocidos de igual a igual, no como tiene sentido en la historia y en la Constitución: diálogo de una comunidad autónoma con el gobierno representante de la soberanía nacional. Como decía Ortega y Gasset, el gobierno nacional soberano puede conceder a las comunidades autónomas todas las competencias que negocien, por supuesto sin herir el justo derecho de todos a la igualdad. Pero ninguna comunidad autónoma puede negociar de igual a igual con el gobierno de la única nación-estado real: España.

Cataluña y el País Vasco fundan su idea de nación en su respectiva lengua regional, que siempre ha sido lengua de minorías—en el caso vasco de los campesinos incultos—en perpetua convivencia con el español, la lengua de los 500 millones de hablantes. La lengua no puede ser criterio para definir una identidad nacional: los austriacos hablan alemán, pero solo Hitler los invadió como “germanos”, lo mismo que ahora los vascos quieren hacer con Navarra, ignorando que solo el fragmento norte del antiguo reino habla euskera junto al español. Y nosotros los alcarreños hablamos español, como los venezolanos, pero gracias a Dios estamos lejos del sátrapa que tiraniza la rica Venezuela arruinada. Todos saben que el PNV fue un engendro en 1895 de Sabino Arana, fundado en la diferencia racial del vasco con respecto a los otros españoles. Unamuno fue amigo de Sabino, cuya lengua nativa era el español, y en ella el fundador del PNV predicó “su evangelio de perdición” (Unamuno,1908, OC, ed. 1958, V, p. 566). “No he apostatado de mi vasconidad, del alma de mi Euskalerría, que es como la llamábamos antes de que un menor de edad mental [Sabino Arana] inventara ese pueril término de Euzkadi…Y por ahora, adiós—a Dios—y no digo agur, aunque sea palabra latina, porque es del saludo romano bonu auguriu: buena suerte, y, por tanto, pagana” (1933, OC, VI, 388). Unamuno es un pensador vasco genial y excepcional, uno de los grandes pensadores del mundo, y desde su identidad, manifiesta en su poderoso yo, ve los grandes descubrimientos vascos realizados en nombre de España, y los mejores escritos vascos expresados en español. Y el “bizcaitarrismo” es para el gran pensador vasco provincianismo bárbaro. 

Los españoles han hecho a los vascos y catalanes concesiones que no se pueden sostener en una constitución madura, hecha ya sin la sombra del franquismo, como se hizo la de 1978. Hay que terminar de una vez con privilegios extorsionados por el victimismo. Algún gobierno debiera convocar a nuestros grandes historiadores congregados en torno a la Real Academia de la Historia y presentar (una vez más, pero ahora de manera oficial), la historia de la nación española, con un sentido moderno de nación, frente al discurso vago y trasnochado de las “almas nacionales”. Hay que abandonar para siempre la broma del “estado plurinacional”. No hay más que una nación: España.