Espartaco

12/04/2017 - 12:35 Jesús de Andrés

También tiene la Semana Santa su propia cartelera: Ben-Hur, Quo Vadis, Barrabás o La túnica sagrada, por poner algunos ejemplos.

Hay películas ligadas a una época del año; historias que, emitidas por televisión siempre en las mismas fechas, se han convertido en clásicos. ¡Qué bello es vivir!, dirigida por Frank Capra e interpretada por James Stewart, repetida por Nochebuena año tras año, hace décadas que pasó a formar parte del patrimonio navideño en medio mundo. Le ocurre lo mismo, en clave nacional, a La gran familia, la estereotipada historia de una familia española de 15 hijos en los inicios del desarrollismo que supo tocar la fibra sensible de los espectadores convirtiendo a sus personajes en parte de nuestra memoria sentimental. También tiene la Semana Santa su propia cartelera: Ben-Hur, Quo Vadis, Barrabás o La túnica sagrada, por poner algunos ejemplos, son parte de la tradición visual forjada desde nuestra infancia. Una de ellas, aunque su contenido religioso es mínimo, es Espartaco, la impresionante gesta del gladiador romano que lideró una rebelión de esclavos para luchar por su libertad.
    Dirigida por Stanley Kubrick en 1960, Espartaco fue una película que trascendió el género de cine “de romanos” al relatar una historia, basada en hechos históricos, en la que sus temas eran la dignidad, la lucha contra la opresión y, sobre todo, la integridad moral de un personaje brillantemente interpretado por Kirk Douglas. Desde su inicio, cuando Espartaco respeta a la esclava Varinia, interpretada por Jean Simmons, al grito de “¡no soy un animal!”, hasta el final, cuando los esclavos derrotados se niegan, como en Fuenteovejuna, a revelar quién es Espartaco al grito unánime de “¡yo soy Espartaco!”, la película es un canto a la libertad e integridad del ser humano, especialmente importante en aquel Hollywood sometido por la censura y caza de brujas anticomunista del senador McCarthy. Quizá por ello se explica –además de por su género cinematográfico- su conversión en un clásico, emitido siempre en Semana Santa pese a no tratarse de un filme religioso.
    Espartaco, como muchas otras producciones de entonces, fue rodada en parte en España. Para la batalla del Río Silario, donde miles de soldados fueron utilizados para filmar el despliegue de las legiones romanas frente a las huestes de esclavos, se eligió a las localidades madrileñas de Colmenar Viejo y Navacerrada. En Guadalajara se rodaron varias escenas, como el éxodo de las tropas rebeldes caminando bajo la imponente presencia de una Peña Hueva rapada, sin los pinos de la repoblación que llegarían años después. Iriepal y su plaza fueron parte de la Vía Apia, colmada de esclavos crucificados. Cientos de extras llegados desde la capital y de los pueblos de alrededor –Taracena, Valdenoches, Centenera, Aldeanueva o Tórtola-, fueron contratados para contribuir a un proyecto que es parte de la historia del cine universal pero también de esa Guadalajara de Cine tan fecunda que desde Espartaco hasta Juego de Tronos tantas y tan buenas películas nos ha dejado.