Espejito, espejito
Ha tenido que ser un castellano recio - como Dios manda, que diría Rajoy -, un castellano austero y de fiar, el que le cantara al presidente del Partido Popular las verdades del barquero. O las cuarenta, si son aficionados a los naipes. Juan Vicente Herrera se había ausentado el lunes del Comité Ejecutivo Nacional del PP, pero compareció al día siguiente en Onda Cero, con Carlos Alsina, para criticar en voz alta los errores de su formación política y para dejar dudas sobre su propia investidura en Castilla y León. Daba la sensación de que tenía ganas de desahogarse. Después de pedirle a Rajoy que se mirara en el espejo, tiró de autocrítica y se colocó él mismo delante de ese espejo que refleja una realidad incuestionable: el Partido Popular se ha dado el gran batacazo, aunque haya logrado ser la fuerza más votada el 24-M. El barón popular que mejores resultados ha obtenido en las pasadas elecciones autonómicas, aunque perdiendo después de muchos años la mayoría absoluta, se despachó a gusto. En poco más de veinte minutos no dejó títere con cabeza. Cuestionó la eficacia de los mensajes electorales del Partido Popular, empezando por el de la insistencia en la recuperación económica cuando ésta recuperación todavía no ha sido percibida por millones de familias; criticó la reacción dubitativa del PP ante algunos casos de corrupción; reclamó una renovación generacional y terminó asumiendo una apreciación cada vez más extendida en la opinión pública: somos antipáticos y arrogantes. Salvo excepciones, estoy de acuerdo con esto último. La marca PP, como ha reconocido públicamente Luisa Fernanda Rudi, causa hoy rechazo. No basta con la eficacia en la gestión. Hay que tomar las medidas que se consideren más convenientes y oportunas sin dar la espalda al ciudadano. Muchas de las deficiencias que Juan Vicente Herrera ha puesto sobre la mesa vienen de lejos, aunque permanecían ocultas. Habían sido tapadas por el éxito electoral de las elecciones de 2011. Pero la falta de liderazgo viene de lejos, como viene de lejos la escasa capacidad de comunicación, por no decir de convicción, de algunos significados dirigentes del PP. Ahora bien, que ningún barón se equivoque: ni todos los males son de Madrid, ni Rajoy es el único culpable.