Esto se acaba (o empieza a acabarse)

05/01/2018 - 12:50 Emilio Fernández Galiano

El cambio de año viene a ser el cumpleaños global por el que cumplimos todos un año más de existencia.

El cambio de año no es más que un cambio de unos dígitos, como en los calendarios antiguos, que ibas arrancando cada día una hoja del taco. La vida sigue. Y los propósitos que nos marcamos son sólo un ligero parón o reflexión en la caminata de la vida. Por la que nos damos cuenta de  que envejecemos, que envejecen nuestros amigos, que envejecen nuestras casas, envejece el mundo, nuestro planeta, y hasta envejece nuestra memoria, que por arte de birlibirloque salta en tirabuzón marcha atrás haciendo frescos los recuerdos de nuestra infancia cuando no nos acordamos lo que comimos ayer.
    El cambio de año viene a ser el cumpleaños global por el que cumplimos todos un año más de existencia. Algunos se reconfortan, a veces yo también, con ver crecer a nuestros hijos, como si les diéramos un testigo vital. Ni testigos ni gaitas, esto se acaba, realmente se empezó a acabar el día en que nacimos. Pero teníamos tiempo por delante. Mi referencia es la edad con la que fallecieron mis padres, le calculo algo más por las mejoras de la ciencia y soy consciente de que en un par de décadas, más o menos, tendré que ir pidiendo pista. Y si los accidentes me respetan, los de este mundo y los de mi propio organismo, que todo puede suceder.
    El resistirse a asimilar que envejecemos es convertirse en un ingenuo Peter Pan. Es una faena, porque, sí, de acuerdo, mejor cumplir años que no cumplirlos y todos esos consuelos que tenemos los mortales. Pero, insisto, esto se acaba y cada vez nos queda menos.
    Tempus fugit. Es incuestionable que los que rondan mi edad ya recordamos más que proyectamos y sin duda alguna hemos superado con creces el equinoccio vital, o sea, que vamos ya cuesta abajo. El asunto es que tenemos que presentarnos a ese examen final. ¿Hicimos todo lo que pudimos? ¿Hicimos todo lo que debimos? Yo a los 22 años ya tenía claro que no jugaría en ningún equipo profesional de fútbol. A los 30, que nunca sería ni catedrático ni notario. A los 40, que España había perdido un gran líder político. A los 50, que no podré poner mi nombre a ninguna fundación por mis éxitos profesionales. Y en esa década estoy, intentando hacer mejor las cosas e intentar ser mejor persona. Y no lo consigo siempre. Estas reflexiones de cincuentón dan más tiempo a repasar el pasado que a rellenar el futuro, aunque todavía hay calendario para hacer muchas cosas. ¿Y nuestra generación? ¿Lo hemos hecho mejor que nuestros padres? ¿Peor que nuestros hijos? ¿O al contrario? Son preguntas del examen final, y están en todas las quinielas.
    Nuestros padres fueron los encargados de cerrar una de las heridas más profundas de nuestra historia. Con un país hundido rehicieron lo desecho. Desde la austeridad y el esfuerzo. Padres la mayoría de familias numerosas. Abnegación y generosidad a raudales. Llegamos los de los hermanos de familias numerosas y nos hicimos egoístas, tal vez por reacción. Ambiciosos y materialistas. En idiomas mejor formados, sí, pero para eso nuestros hijos, que les importa una higa la mayoría de las cosas que nos importan a nosotros. Lo observo con cierta pena pues en lo único que les ganamos es en el haber vivido comprometidos. Pero van a su bola. Es posible que sea lo mejor para ellos.
    Como en la cubierta del Titanic cuando ya hacía aguas, me veo como uno de sus músicos aguantando hasta el final. “Esto se acaba, pero fu un placer tocar con ustedes”. Que nos queden todavía unas cuantas partituras.