Feministas por la Alcarria
El feminismo no persigue la guerra de sexos, sino la igualdad entre los mismos para cooperar conjuntamente en la construcción de la democracia.
Como tantas veces reiteramos desde esta columna de Nueva Alcarria, que hemos tenido a bien titular Vindicaciones, la andadura hacia la igualdad entre mujeres y hombres ha supuesto −y lo sigue haciendo− una gran conquista de la ciudadanía. Aunque todavía no hemos concluido el camino de la equidad, ampliar el conocimiento sobre el recorrido realizado y sus protagonistas, así como también del feminismo y su sujeto político, que no es otro que las mujeres, contribuye a una mejor comprensión de la situación presente y de las metas futuras, algo imprescindible para alcanzar la igualdad entre los sexos desde la base que sustenta a una sociedad avanzada: la libertad y los derechos humanos.
Bajo estas premisas, desde hace unos meses y hasta que el consistorio municipal lo desee, en la plaza de Dávalos se encuentra instalada la exposición titulada Feministas por la Alcarria (la cual he tenido el gran honor de comisariar) con la que se desea mostrar de forma concisa y rigurosa un breve capítulo de la historia de las mujeres en el cambio del siglo XIX a XX a través de los testimonios de la escritora Emilia Pardo Bazán, la oftalmóloga Elisa Soriano Fischer, la periodista y maestra Carmen de Burgos y Seguí y la polifacética Carmen Baroja Nessi, todas ellas precursoras del feminismo en España y, también, vinculadas a Guadalajara de distintas maneras e intensidades. Además, teniendo en cuenta que el foco del cambio social se encontraba en las grandes ciudades, en especial Madrid, la incursión de las feministas antes mencionadas en una sociedad de provincia como era la guadalajareña acercaba a sus habitantes a nuevos modelos de mujer.
Las motivaciones del feminismo finisecular giraron en torno a los derechos educativos primero y al sufragismo después, asumiendo los requerimientos de esa ola feminista que surgió en los EE. UU. en torno a 1848 y que extendió se por buena parte del planeta hasta bien entrada la centuria siguiente. Si bien el voto definió este movimiento emancipador, que asimismo era internacional e interclasista, también se solicitaban mejoras en las condiciones de trabajo, acceso a todos los niveles de la instrucción y al ejercicio profesional, administrar los propios bienes o abolir la prostitución, por citar, a mi juicio, sus más notables reivindicaciones.
Imagen de la exposición Feministas por la Alcarria en la plaza de Dávalos (Guadalajara).
Los resultados de la última encuesta del CIS, que indican que 44 % de los hombres se sienten amenazados por el feminismo, acompañados de declaraciones públicas vertidas por la reacción política, resultan preocupantes. El desconocimiento de la historia del feminismo y de su agenda −la cual sigue vigente a día de hoy con las actualizaciones pertinentes−, la misoginia disfrazada de un falso igualitarismo y, por qué no decirlo, el desbarajuste de mezclar políticas de igualdad (trasversales) con políticas focales dirigidas a minorías, han contribuido a crear un caldo de cultivo en el que prosperan los discursos negacionistas.
En la vindicación que ha precedido a la que ahora mismo están leyendo (Poulain de la Barre contra la guerra de los sexos), lo expusimos con claridad: el feminismo no persigue la guerra de los sexos, sino la igualdad entre los mismos para cooperar conjuntamente en la construcción de la democracia. Así pues, el negacionismo de la desigualdad y de la violencia machista frena la toma de conciencia sobre el problema y el desarrollo de soluciones; sin embargo, hay otras negaciones aparentemente más modernas, pero también nocivas y acientíficas, que cuestionan la existencia del sexo biológico (con la repercusión que eso tiene para identificar, implementar y evaluar medidas en favor de la igualdad entre mujeres y hombres) y que hostigan, como si de una Inquisición postmoderna se tratara, a todas las personas que no comulgan con la doctrina queer.
Con todo, nuestra sociedad es deudora de las grandes mujeres -conocidas o anónimas, obreras o burguesas, de las grandes ciudades o de las provincias− que abanderaron los deseos de igualdad y libertad, poniendo en riesgo muchas veces su comodidad personal y buen nombre al asumir el desafío de proponer un mundo mejor para todas y todos. A muchas de ellas hoy las vemos como auténticas heroínas, pero conviene no olvidar que la mayoría sufrieron desprecio y críticas despiadadas. Sin duda, constituyen el mejor ejemplo para resistir los embates sin renunciar a la civilización feminista a la que aspiramos.
Son muchos los retos que tenemos por delante, tantos como los obstáculos que el patriarcado va poniendo en el sendero, pero ello no puede desalentarnos. La historia de las mujeres y del feminismo nos muestra que su transcurrir no ha sido lineal, pero sí imparable. Tengan por seguro algo: feminismo y democracia son indisolubles. La desaparición del feminismo convertiría a la democracia en una pura ficción; y sin democracia no habría lugar a la igualdad, libertad y solidaridad que ambiciona el feminismo.