Forges

23/02/2018 - 14:22 Javier Sanz

Forges se marcó un lenguaje que fue un dialecto de transición y acabó colándose en el diccionario de la RAE (v.bocata).

 Esto se va despoblando de manera preocupante. Las viñetas se quedan en blanco, negativo del luto de un periódico, casualmente. El primer ojeo de la prensa iba para el recuadro de Mingote, de Máximo, de Forges, reporteros gráficos en las trincheras de la actualidad, que sintetizaban el estado del país. Ese golpe de vista es insustituible en la prensa impresa, después vienen lecturas más reposadas, dependiendo del trayecto que uno recorre hasta llegar al tajo, pero por lo general son artículos que necesitan cubrir una extensión –salvo el latigazo de Julio Cerón, meteórico-, por la que están contratados, de tal manera que a mitad de la columna se percibe muchas veces un cansancio de no llegar a la meta, por eso Umbral, pese al dominio del lenguaje y la situación, se dopaba con un whisky para llegar fresco al punto final. El dibujante –jamás les gustó lo de “humorista”- resuelve con un trazo, síntesis de una preocupación o de un gozo nacionales, pues tanto tiene de noticia la muerte de Manolete como el gol de Iniesta ante Holanda en la final del Mundial, que el público recibe como impacto visual sin tener que correr líneas que exigen una mínima memorización para acceder a lo siguiente.
    Forges, como los anónimos pero bien perfilados labriegos, banqueros o políticos de Chummy; el Gundisalvo, el señor de negro o las exuberantes mujeres rubensianas de Mingote; los paletos y militares de Gila; los ascéticos ciudadanos de Máximo; los persistentes políticos de Peridis asidos a los símbolos de poder del país, tenía sus prototipos, cazados en la calle: el Blasillo, Mariano y Concha, los progres, los banqueros, los intransigentes de gafas negras y, también, las mollares mujeres, aspiración de maridos fisiológicamente impotentes pero con un último halo de esperanza para poder marcarse un glorioso gatillazo. Forges, además, se marcó un lenguaje que fue un dialecto de la transición y acabó colándose en el diccionario de la RAE (v. “bocata”) pues tanto sustento tenía que hasta grabó un vinilo LP de título “Forgesound” en la pretransición, pista de patinaje en la que bailaron como pudieron todos sus personajes al ritmo de la ventanilla, todavía humeante la de Larra, las cuentas en Suiza, o el albero. Antonio Fraguas de Pablo se había convertido, con la aprobación de sus colegas, en el rey del mambo del viñetaje español. Hasta anoche.
    Forges, al que quiso retirar un triste vampirillo de apodo -¿o apellido?- Montoro mutilándole las colaboraciones pues si eres jubilata demasiado tienes con percibir la limosna estatal, se despidió una noche fría de esas de febrero cabrón, mesetario, en la Jiménez Díaz, (a.) “la Concha”, coincidencia personajil, como si de su brazo y mirando de reojo al espectador se abriera donde toque ahora, Dios sabe dónde. Vendrán cursos, calles y homenajes, premios con su nombre, también reediciones de sus libros, de sus “Historias de aquí”, pero cada mañana caeremos al precipicio al asomarnos por inercia a esa ventana por la que respirábamos y levantábamos después la cabeza para ir tiesos y guapos por la vida, sin dejar de mirar de reojo por esas gafillas antifaz, que no hay champú que limpie la mucha caspa, la que él diagnosticó con ojo de buen dermatólogo, que todavía queda en el pellejo ibérico.