Grises

26/01/2018 - 14:24 Marta Velasco

Esta semana he visto el dolor de los padres de Diana Quer y de otros muchos padres y madres despojados de lo más amado.

Hace unas semanas, volviendo de Sigüenza, estaban helados los altos del cerrillar, el hielo se arremolinaba entre los matorrales amoratados y el coche surcaba un mar de grises, desde el marengo de la carretera al triste panzaburra de las nubes, que se pegaban al camino indecisas, sin saber si llover, nevar o qué, esperando una orden misteriosa del alto comisionado del tiempo. Iba allí aislada, como en una burbuja de Sloterdijk, contemplando el mundo grandioso que nos rodea, disfrazado de colores para cada estado de ánimo y para cada situación. Me gusta mucho dejar vagar el pensamiento cuando voy en coche y fue un viaje del alma por los grises, introspectivo y un poco sepulcral, pero muy hermoso.
     Esta elegancia gris de la serenidad parecía una lección de la naturaleza contra el rojo de la sangre vertida por los violentos. Y es que últimamente estoy desasosegada: me siento frente a la televisión a ver el telediario y todas las noches contemplo el terrible panorama de las guerras, los niños sin refugio... Y, además, cada vez con más frecuencia, tengo que tragarme a un malnacido, presunto pero confeso, asesino de niñas o niños. Veo su cara tan cerca que casi distingo un rastro de saliva entre sus labios, sus ojos saltones de criminal satisfecho… Escruto esa mirada por tener una explicación, por ver si tiene la marca de Caín en sus pupilas, pero por desgracia no veo nada en ellas que le haga distinto del resto de los mortales. No conozco, creo, a ningún asesino, pero los especialistas, los criminólogos, deberían enseñarnos a diferenciar estas pupilas, inventar un aparato detector de almas podridas, algo que pinte sus ojos con una pavorosa luz, que ponga de manifiesto su nefasta soledad, la vileza de su mente, sus propósitos insanos, su lacra y su perversión.
    Esta semana he visto el dolor de los padres de Diana Quer y el de otros muchos padres y madres despojados de lo más amado y precioso que nos ofrece la vida, que son nuestros hijos, asesinados por esas sabandijas que van proliferando entre el moho de los rincones. El rastro del dolor en las personas que han perdido a sus hijos violentamente nunca se curará, estará para siempre en sus almas. Y no habrá olvido ni perdón ni justicia ni venganza que lo cure.
    Hoy ha salido el sol y los grises se han quedado atrás, el mundo parece otro. No querría tener que escribir cosas tan terribles, me gustaría poder escapar de la realidad, estar siempre en el lado de la alegría y la belleza, pensando en lo felices que podríamos ser si la violencia no existiera. Pero existe, y quiero ponerme de parte de los padres y madres que han sufrido un golpe tan irreparable, para que sepan que estamos con ellos, que les acompañamos en su tristeza.
    No soy nadie para perdonar esas felonías, ni siquiera puedo comprenderlas. La violencia destroza el mundo y nos hace peores a todos, nos vuelve rencorosos, y por eso deseo a los asesinos, los terroristas, los maltratadores y violadores de mujeres y niños, que la ira del universo les persiga y no tengan ni un día de paz en sus miserables vidas.