Henche revivió su matanza entre el frío y la añoranza

05/12/2010 - 19:43 M.Pérez

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Foto: RAFA MARTÍN
La localidad alcarreña vivió ayer toda una fiesta alrededor de la matanza. Las degustaciones gastronómicas y los oficios propios de esta práctica se unieron al calor de la lumbre y una tradición que ha recuperado el Ayuntamiento.
Más de 200 personas acudieron a esta cita invernal 
Una estampa típica de invierno, eso es lo que se vivió ayer en Henche. Las primeras nieves deshelándose, todas las chimeneas encendidas, los vecinos en la calle bien abrigados y un intenso olor a lumbre recorría las calles de un pueblo que vivía un día especial, una fiesta. No había misa ni procesión en honor a un santo, era la fiesta de la matanza. Esa añeja tradición de nuestros pueblos que en su día formaba parte de la rutina invernal se ha convertido en un motivo de encuentro para sus vecinos y objetivo turístico para muchos otros que quieren experimentar de cerca la cultura alcarreña. Más de 200 personas se arremolinaron en la plaza para seguir cada uno de los pasajes que hicieron revivir la tradicional matanza: preparativos, almuerzo, muerte del gorrino, chorizos y comida.
 Desde primera hora de la mañana, los vecinos se afanaron por hacer una buena lumbre mientras tomaban un poco de orujo y bollos, al tiempo que se empezaban a elaborar las migas y gachas, que se detestarían al filo de medio día. Las mujeres, delantal puesto, comenzaron a calentar los calderos para el almuerzo. Dos kilos de ajos, cinco de panceta, chorizos, 45 panes, ocho tarrinas de manteca, aceite, sal y pimentón se repartieron en cuatro calderos para hacer las migas, cuyos panes se habían cortado en la víspera y dejado en agua.
 Para las gachas, doce paquetes de harina, otros tantos de manteca, sal, pimentón y agua bien batidos en otros cuatro calderos que hicieron las delicias de propios y extraños. Más de una veintena de mujeres se encargaron de la parte gastronómica, bien asesoradas por sus mayores y bajo la batuta de Matilde Picazo, que ha ‘mamado’-como se suele decir en los pueblos- esta bonita tradición. Se encontraba emocionada viendo cómo se desarrollaba cada ‘acto’ de lo que hasta no hace muchos años vivía en su propia casa. “Hasta tres días estábamos liados en casa con la matanza del cerdo y era todo un acontecimiento. Lo que hoy revivimos es muy entrañable y queremos que sea lo más feaciente a lo que era antes”, apuntaba Matilde mientras permanecía atenta al reparto de las gachas.
 El frío que hacía obligaba a arrimarse cada vez más a la lumbre mientras se esperaba la llegada del marrano muerto para prepararle mientras se escuchaban cantares de la tierra y se admiraban oficios artesanos que exhibían un grupo de miembros de la Escuela de Folclore de Guadalajara y, por qué no decirlo, tomando un trago del porrón. 
 Ángel Cuesta, alcalde de la localidad se paseaba entre la multitud para comprobar que todo se desarrolla como estaba previsto. “Para mí, como alcalde, es un orgullo ver la plaza llena de gente que ha venido a ver la matanza. Es un motivo más para venir al pueblo en invierno, una época en la que quedamos pocos en el pueblo”, comentaba ilusionado. Hace ya trece años que la anterior alcaldesa instauró esta fiesta y, gracias a la implicación de “todo el pueblo”, se ha logrado mantener. Ahí está la grandeza de las tradiciones, en esta supervivencia a través de diferentes generaciones y al trabajo de mucha gente.
 Cuando el reloj del Ayuntamiento marca la 13.00 horas comienza a ‘adecentar’ al marrano. Media docena de hombres se encargan de pelar al animal con el soplete y la cuchilla; limpiarle por dentro; colgarle para orearle y descuartizarle. Muchos de los allí presentes recordaban cómo se daba muerte al cerdo antaño con el matarife, provisto de hacha y ayudado por el gancho y el tajón. Hubo quien lamentaba que no se hubiera pelado al gorrino quemándole con ramos de olivo o agua hirviendo. 
 Mientras, las mujeres recogieron el menaje de la degustación de gachas y migas y se dispusieron a fregarlo en la fuente de la plaza, al tiempo que se preparaban para hacer diez kilos de chorizos. En una pequeña mesa con agujeros sujetaron la mítica máquina embutidora ELMA y se pusieron al tajo. Una se encargaba de remover bien la carne ya macerada con ajos, pimentón, sal y orégano y hacer las bolas para meterlas en la máquina, otra de cortas las tripas, otra de colocarlas en la máquina y guiarlas, la de al lado de achorizar y las más mayores de ‘vigilar’ que las nuevas generaciones habían aprendido bien la lección. Esas viandas se dejaron secar en unas varas para conservarlas y comerlas en comunidad en otra ocasión.
 Matilde, una de las incondicionales de esta matanza, comenta cómo antes se colgaban en unas varas en la cocina y que con la lumbre “se curaban de miedo”. Hoy, se utilizan las cámaras o fresqueras de las casas y se ‘reza’ por un buen tiempo de hielos y fríos puesto que todos sabemos que las nieblas estropean la matanza.
 Hombres y mujeres demostraron ayer que esto de la matanza, más que un día de trabajo es un ritual que no olvidan a pesar de que los tiempos han cambiado y ya no se hacen para ‘sobrevivir’ al invierno, sino como motivo de reunión para todo un pueblo entregado a sus tradiciones.
 Unas judías con chorizo y torreznos sirvieron para calmar el hambre tras el tajo. Por la noche, la fiesta de l matanza continuó con una parrillada popular con productos de matanza, un espectáculo de humos y un chocolate con bollos.
 Hoy, aprovechando el día festivo, las mujeres guisarán unas patatas con costillas para todo el pueblo. “Ellas son las verdaderas artífices de esta fiesta y la responsables de su éxito”, concluía el alcalde de la localidad, Ángel Cuesta.
Diputación y la Central Nuclear de Trillo colaboran con el Ayuntamiento y los vecios en la celebración de esta fiesta.