Identidad y diferenciación

26/02/2018 - 13:29 Jesús Fernández

La gran alternativa consiste en el humanismo occidental de la democracia cristiana.

Una de las principales dificultades, en la percepción de los ciudadanos, consiste en distinguir la  identidad y  diferencia entre los grupos políticos, el modelo de sociedad que ofrecen, el discurso económico elaborado, el mensaje social e incluso el  perímetro de valores contemplados o defendidos por unos y otros. Hay que conjugar ambas dimensiones. Porque, a veces, todo parece igual y nadie lucha por las relevancias. Las diferencias son mínimas. Y estas pequeñas  diferencia implican o conducen a una gran indiferencia en el ánimo democrático de la población. Todo aparece envuelto en una gran niebla que impide discernir la buena de a mala conducta democrática e igualitaria.
    Existe una igualdad fundamental de salida. Todos los políticos son igual de ambiciosos.  egoístas, interesados. La antropología nos iguala, la política nos separa. Los mismos vicios, las mismas tendencias, la misma corrupción, idénticas aspiraciones, las mismas necesidades. Por otra parte, es bueno que   haya grandes coincidencias y consensos. Ahí tenemos la Constitución como una primera coincidencia democrática. Pero esta igualdad significativa conduce a una sospecha. El ciudadano piensa que todos los actores en política (de uno u otro signo) se reparten los mismos beneficios, extensos privilegios y buenas remuneraciones aunque cada uno tenga (siguiendo la metáfora teatral)  un papel distinto asignado. Todo se negocia, todo se reparte, todo se decide en la gran mesa camilla que es la escena nacional y la acción de los partidos en ella.
    Pero, por otra parte, los grupos políticos tienen que ofertar algo distinto y diferenciable para resultar atractivos y seductores, de acuerdo con los gustos y preferencias de los electores. Ahora está muy de moda acudir al hecho diferencial territorial, histórico o, lingüístico, para crear nuevas expectativas que, con el tiempo, se van diluyendo pero que sirven para prometer un  poder y una  función muy bien remunerada  en las futuras estructuras de mando y administración. Al final de todo, la gran alternativa señalada en otras ocasiones, consiste en el humanismo occidental de la democracia cristiana o el materialismo dialéctico del marxismo como comunismo. Que la población no se engañe o se deje engañar. El mundo, las ideologías  y la historia están así de re-partidos, valga la redundancia. No hay más que esas dos opciones. Algunos se sonreirán como yo me sonreía hasta que la experiencia me ha hecho perder la sonrisa como la perderán todos aquellos que  hoy confían en los que susurran al oído ciertas promesas halagadoras.