Indignantes e indignados

27/03/2017 - 11:50 Jesús Fernández

En todo caso, ellos, los políticos, son los indignantes, los que indignan a los indignados. Hay demasiados ambiciosos y aspirantes al ascenso en política a costa de los ciudadanos.

La democracia no necesita memoria histórica sino memoria antropológica. Cada día los sistemas democráticos tienen que ocuparse más de los olvidados que de los que aplaude la entrada triunfal de los líderes en recintos multitudinarios, al son de trompetas,  o sea, de altavoces. Ya se oyen los “claros clarines”, que decía el poeta. ¿Dónde están los olvidados en los planes y programas de los partidos? Creen que sólo ellos fijan o hacen identidades, establecen fronteras y señalan colectivos. La clase social, los sectores oprimidos, los grupos perjudicados, los ciudadanos ofendidos, los débiles excluidos, los pobres abandonados, los ricos engreídos, los impotentes indignados, los vulnerables y en riesgo de exclusión (sic) y desconocidos, los “lumpen” de hoy sólo les clasifican ellos y trocean a la sociedad de acuerdo con sus intereses en una mezcla repugnante de moral y clase social, pues hay tantas morales como clases. Esa es la arquitectura social que les conviene, pero ellos viajan en primera clase siempre. Hemos proclamada otras veces la democracia de los ausentes, de los alejados. Ahora apostamos por una democracia de los olvidados. Otros prefieren hablar de los indignados. Pero los primeros “indignados” son ellos, o sea, contra ellos se indigna la gente. En todo caso, ellos, los políticos, son los indignantes, los que indignan a los indignados. Hay demasiados ambiciosos y aspirantes al ascenso en política a costa de los ciudadanos.
    Puestos a investigar  tantos motivos para la indignación y el rechazo, los encontramos en los aparatos y líderes políticos. Estamos asistiendo a los más variados modelos de elección de dirigentes para nuestro pueblo. Parece que los intereses particulares y la endogamia van cediendo el lugar a procesos de elección por mayorías participativas conformadas de militantes siempre manipulados y no exentos de extorsión. Muchos de los elegidos no son los que demanda la sociedad. Todavía los políticos siguen ejerciendo mucho poder e influencia a pesar de ser ambas (poder e influencia) las que han deteriorado la imagen y la dignidad de la democracia. Sobran signos externos de prepotencia y riqueza como son, palacios y residencias, asesores y acompañantes, secretarios y servidores, edecanes y chóferes, coches de lujo y  banquetes, confort y toda clase de comodidades. Los dirigentes siguen siendo personas misteriosas, alejadas, selectas, distantes y refinadas en su estilo de vida. Las aspiraciones personales y las ambiciones sociales de nuestros dirigentes se ven acompañadas y potenciadas  por el pueblo que aplaude y les adora.