Interviú

14/01/2018 - 11:05 Javier Sanz

La transición también fue Interviú con sus portadas y sus escándalos, su periodismo de investigación, sus columnas de Umbral, Montalbán...

Cerrojazo. Cuarenta y dos años duró la aventura, dos generaciones de Ortega. José Larralde recitaba “Cosas que pasan”: “Nadie salió a despedirme cuando me fui de la estancia, solamente el ovejero, un perro nomás…” cuando le dieron puerta. No ocurra lo mismo, aquí estoy yo. La transición fueron muchas cosas, no sólo el texto constitucional, el despeluque de Carrillo por Suárez, la dimisión de Pita da Veiga, los pactos de la Moncloa… La transición también fue Interviú con sus portadas y sus escándalos, su periodismo de investigación, sus columnas de Umbral y Vázquez Montalbán, Forges cerrando.
En el pueblo se necesitaba de la colaboración del kioskero, que la metía entre el Marca o el Ya –al ABC le tiraba la sisa-; en Madrid era otra cosa, aunque en el barrio la curvábamos con cuidado y a lo largo, haciendo canal para encajar la barra del pan. Nadie sospechaba de ese papel que lucía publicidad cara por detrás. El director, Álvarez Solís, cobraba un kilo al mes, que no era mucho pues entraban las amenazas de los ultras, y la revista se hizo con el récord europeo de ser la de menor devolución. En las peluquerías de caballeros se cedía la vez por darle remate y los obispos miraban de reojo cómo crecía la pila de ejemplares cada semana mientras “Hola” y otras iban a piñón fijo.
Interviú, que puso el toque social de finales del siglo pasado, es una de las variables que habrá que agitar en la coctelera para bebernos de una vez un destilado de veinte años de vida alegre que se llevó una caspa de muchas décadas, aunque a algunos, entonces con dodotis, todo les suene a corte austriaca, en ese incurable adanismo que pasean con un perfume de violetera. En el funeral que vivimos hoy cabe preguntarse qué hubiera sido de este caserón ibérico que olía a cerrado, sin el abanico de Interviú.
Desfilaron todas, de casa, de fuera y de algún otro planeta. Hasta Lola Flores, con sus mil vidas previas, pasó por caja para pagar algún tratamiento cercano. Con Naomi Campbell los reclutas pusieron los cuernos a la Agata Lys que tenían en la taquilla del cuartel. Fueron el gancho de un periodismo de hacha que rajó la madera de un tajo y se hizo sitio para denunciar a narcos, banqueros, curas, constructores, proxenetas, senadores, alcaldes, princesas, federaciones deportivas y ciclistas dopados con fotos e informes obtenidas de extranjis y muy pocas visitas al juzgado para tanto pescado. Hasta ayer.
El único pero, muy personal, fue aquella semana que amaneció Anne Igartiburu en portada. La noche anterior ella no me había dicho nada.