Ironías de la política
Nadie ha escrito o hablado tanto de la honradez sin honradez.
Nunca nadie escribió tanto sobre el dinero sin dinero, decía Marx refiriéndose a él mismo. Esto lo decía el autor de El Capital después de haber intentado inútilmente, acceder a un puesto de docente y funcionario en la universidad prusiana de la que fue rechazado a pesar de su amistad con Bruno Bauer. Era el principio del resentimiento que inspiró su vida y su obra. Había peregrinado de revista en revista y de todas le echaban, París, Bruselas y ahora Londres donde vivía estrechamente en aquel pequeño apartamento del centro de la ciudad con su aristócrata esposa (amiga de infancia) Jenny von Westfalen y sus seis hijos. En su juventud había derrochado los dineros y la herencia de su padre, ilustre abogado judío, ya enfermo y viejo, que le recriminaba ser tan egoísta. Marx necesitaba dinero. Por esta ambición amargó los últimos años a su padre. Las penurias se acabaron cuando comenzó a percibir la pensión que le pasaba su amigo Engels. Para entonces ya estaba divorciado de Jenny y había dejado embarazada a su sirvienta, Helene Demuth, cargando la paternidad a Engels.
Esta percepción podríamos referirla o aplicarla a nuestros políticos. Cuántas similitudes esconde la historia. Nadie ha escrito o hablado tanto de la honradez sin honradez. Nadie ha criticado tanto a la religión sin religión, sin creer en ella. Muchos de la izquierda no han visitado nunca una fábrica y hablan a los obreros sin mezclarse con ellos. Sacan sus ideas de los libros. Predican sobre los refugiados sin conocerlos. Hablan de la pobreza sin pobreza. Hablan del hambre bien alimentados. Este principio de participación, de encarnación y de experiencia es muy importante en política. Lo contrario resta credibilidad y autoridad moral. Lo contrario es ironía de la política.
Los jóvenes marxistas de hoy no han llegado a eso por una evolución, reflexión o maduración intelectual. No les ha dado tiempo. No han extraído sus conductas de sus ideas sino que son los nuevos “faustos” que, como en Goehte, actúan por impulsos, venganza, rencor, odio o revancha con otras posiciones políticas que representan otros partidos. Descuidan el aspecto, adoptan formas bohemias, pensando que así comulgan con la juventud o con los artistas. Por el odio no se llega a la democracia. Son los hijuelos idealistas de Marx. Los “faustinos” de hoy, los jóvenes marxistas representan mejor su espíritu ambicioso y se convierten en puro instinto revolucionario para terminar con el mundo burgués que constituye el dominio político de la animalidad, la sociedad deshumanizada. Se es comunista antes de ser rico, por un volcán de pasiones. No me extraña que Marx, al final de sus días, viendo la orientación de los nuevos cachorros, exclamase, si eso es ser marxista yo no soy marxista. Estos jóvenes ricos no son marxistas pues son ricos y burgueses.