La Alcarria de Cela
La España de Cela, documentado ensayo de casi ochenta capítulos de gran rigor conceptual sobre su patriotismo, pese a su galleguismo a ultranza.
No se trata de un nuevo libro, sino el título del que le invito a escribir a un admirado amigo, Francisco García Marquina, el hombre que, sin duda, mejor conoce la obra y la vida de Camilo José Cela como lo ha demostrado e su señero Cela, retrato de un Nóbel con el que, en un alarde de documentación, es posible que no haya dejado nada por decir sobre la figura del insigne escritor. Visto ahora su segundo libro, La España de Cela, documentado ensayo de casi ochenta capítulos de gran rigor conceptual sobre su patriotismo, pese a su galleguismo a ultranza, parece lógico que los alcarreños esperemos este tercer libro de su trilogía sobre el Nóbel, que es el que es lo que le propongo. Ninguno de los alcarreños que escribimos seríamos capaces de hacerlo porque tendríamos que contemplar nuestra sociedad con ojos de forastero, pero formamos parte de ella. Cela lo hubiese hecho con sumo gusto si la celebración del Nóbel, no le hubiese impedido durante más de una década trabajar en lo suyo, por ejemplo, en la terminación de Madera de Boj. No me extrañaría que cuando, harto de tanto azacaneo y tanta holganza, dijo que iba a vestirse de estameña para ponerse a trabajar, estuviese planeando un libro parecido al que pedimos a su adlátere Marquina, el hombre que lo trajo a Guadalajara y al que Cela admiraba doblemente por su capacidad poética y su habilidad manual, que le llevó a conseguir que de ocho libros de poesía hasta entonces publicados, siete hubiesen sido premiados. Y su habilidad manual era tal, que no había avería mecánica que se le resistiera en la piscifactoría de Caspueñas que dirigía como biólogo, lo que le restaba tiempo a su vocación literaria. No me sorprendería, que el libro que deseamos de Marquina sobre la Alcarria celiana, sin llegar a hacer de Guadalajara una nueva Vetusta, como Clarín hizo de Oviedo en su Regenta, nos descubriera a los alcarreños los defectos y rutinas de nuestra sociedad provinciana que los que aquí hemos crecido y envejecido somos incapaces de advertir porque formamos parte de ella. El libro quizá no gustaría a todos, porque a nadie le agrada que le muestren sus arrugas en un espejo, a algunos molestaría que sacara a relucir los defectos del quiero y no puedo de nuestra sociedad, en la que las familias, antes notables por su apellido o su dinero, ahora comenzaban a no serlo, no por efecto de la evolución democrática, sino porque, como escribió Cervantes, “nadie es más que otro si no hace más que el otro.”