La americana nueva

20/05/2017 - 12:38 Javier Sanz Serrulla

Estos días se corre una ronda provincial sobre la despoblación rural, el abandono de la arcadia y el éxodo hacia las banlieus”

Todavía no habíamos roto el cordón umbilical. Los límites de nuestra vida no llegaban más allá de los del término municipal, siquiera habíamos puesto pie en playa y no dejábamos de ser unos aldeanos que cada quince días gozaban del privilegio de jugar al fútbol en un pueblo de alguna importancia. Aquello era todo aunque, eso sí, teníamos tan a mano una catedral formidable, y un casco viejo pobre pero mágico, y una Alameda para cruzar el verano a la francesa con algo de imaginación. Pero cada invierno duraba más de un año. Esa más la vida de nuestros abuelos que la nuestra. La cosa estaba en abrirse pues el que se quedaba, tan a gusto, era para siempre.
    Una tarde de domingo entró Vicente en “el Pecas”, como un pincel. Estrenaba una americana de pata de gallo. Su hermana y su cuñado le esperaban al fondo de la barra. Le alabaron la prenda, ella se la estiraba y con ojo de sastra le daba el visto bueno. Estrenar una americana era un acontecimiento, de esos que se dan cada cinco o diez años porque su destino era el armario, de domingo a domingo. Aquellas ropas duraban una vida, tanto que hoy recordamos a algunos personajes de juventud por algún jersey, un niky o una cazadora.
    Vicente era aquella tarde de otoño un hombre feliz paseado por una americana, seguramente de “Sastrería Granada”, con la que se veía desfilando por la Gran Vía, llegando a Pasapoga abriéndose paso como Moisés y seguro de que todas le miraban mientras encendía un pitillo con la soltura de Bogart. Era la chaqueta la que llevaba al personaje. Después de aquel estreno no habría lunes detrás del mostrador ni vuelta a casa al atardecer por la misma acera, con la misma gabardina y sorteando a los mismos vicentes que retornaban tras cumplir el horario como el castigo bíblico del que se les había informado a tiempo desde el púlpito.
    Nosotros cuatro, en una mesa de formica movíamos fichas de dominó sin ningún entusiasmo, como cada tarde de domingo del 74, después del fútbol. Presagié que esa americana había terminado su recorrido en “el Pecas” el mismo día del estreno. Esa americana no tenía pasarela. Supe que había que largarse de allí como Juan Ramón, buscando un cielo más alto y sin tantos luceros.
    Estos días se corre una ronda provincial sobre la despoblación rural, el abandono de la arcadia y el éxodo hacia las banlieus donde el paisaje no llega más allá del otro lado de la calle. Algo pasa. Raúl Conde, Alberto Girón, Raquel Gamo y otros cabales nos lo quieren contar. Sergio del Molino tiró la piedra. Pero hace casi medio siglo aquella americana que hubiera firmado Balenciaga en la etiqueta del bolsillo interior, un domingo por la tarde no tenía dónde ir.