La amistad en democracia

09/05/2015 - 23:00 Jesús Fernández

Nuestras instituciones democráticas se han construido en forma de sistema piramidal de la amistad. Muchas veces los partidos políticos y los sindicatos se parecen a un grupo de amigos que se reúnen, en torno a una mesa, para hablar de sus ambiciones comunes. La fe democrática comienza por un “creo en la amistad” y termina por un “creo en los intereses” económicos. Para nombramientos y presidencias se acude a los hombres de confianza. Lamentamos la traición y el olvido de aquellos a quienes se ha encumbrado en la vida social y en los despachos. Se desprecia el prestigio y la competencia de colaboradores profesionales y se confía más en la amistad demostrada hasta que deja de interesar. No existen ni concursos, ni méritos, ni concurrencia. Se entra en política aupado por los amigos y conmilitones a los que se debe el puesto y hay que recompensar. Esta es la dinámica infernal en la que estamos. Para muchos, la amistad en política es la solución económica de su vida aunque, para ello, haya que acudir a la apariencia, a la esclavitud de los sentimientos, al engaño y a la manipulación. ¿Política de la amistad o en política no hay amistad? Tanto la amistad como la enemistad juegan un gran papel en nuestra experiencia democrática. Nos alegramos de que triunfen los nuestros y que pierda el enemigo. La democracia se ha convertido en una lucha (a veces venganza) entre amigos y enemigos. ¿Quiénes son los nuestros a quienes se les permite y perdona todo? Aristóteles, Kant, Nietzsche, Schmitt, Derrida, han escrito sobre las relaciones entre amistad y política hasta que Montaignes exclamó, “mis queridos amigos, no existen amigos”. En política sólo hay genealogía, fraternidad o biología continuista. No sirve la adhesión y sólo cuenta el interés y el reparto del botín. La singularidad, la identidad, la personalidad, no existen en muchos equipos humanos de gobierno y administración. Sólo existe la confianza emocional. La misma ideología y opinión personal están impregnadas de pertenencia al grupo. No hay ningún síntoma de comunidad. El fenómeno de la amistad en política se ha convertido en una tragedia. Demasiada amistad y poca democracia. Cuando los hombres conviven y colaboran, intercambian opiniones, posturas, alianzas y compromisos, los sentimientos (y no las ideas) juegan un gran papel. Todo ello se convierte en fiabilidad y solvencia de los amigos que pasan a la condición de los elegidos. Existe mucha ambivalencia en estos conceptos y relaciones que llamamos contactos. Se confía más en los contactos que en los valores o en la competencia y capacidad de trabajo de las personas. Decididamente, los falsos amigos en los dirigentes son un factor de inestabilidad de la democracia en nuestros días. La amistad no es una categoría política en nuestro tiempo.