La casa

25/05/2018 - 14:36 Javier Sanz

Desde el “Si me queréis, irse” de la Faraona no se ha dado propuesta semejante.

Al final, cambiar una letra y el refrán sigue vigente: “La casa es el espejo del alma”. La casa –las casas, si sumamos la de invitados- ha abierto y cerrado los días. Qué culpa tendrá la casa cuando el asunto está en la ética de los compradores, la pareja que había decidido emprender “un proyecto familiar”, manera cursi de anunciar lo que alguna vez hicimos todos sin anunciarlo y menos así, porque entre otras cosas suena a terminología opus.
    A ese ruedo ibérico ha saltado hasta el apoderado, haciendo justificación monedera del truco, que lo tiene que haber, financiero. Se preguntaba el también fundador si la gente no tiene derecho a prosperar. Y nosotros creyendo que la prosperidad consistía en formarse uno y después administrar generosamente los saberes en ley de solidaridad. Pues no, prosperar es comprarse una casa no cualquiera y en condiciones privilegiadas de financiación, las que no obtuvimos ni usted ni yo. Cada cual de los que hemos pasado por el trance humillante de pedir un crédito, avalado por algún familiar, algún amigo, sabemos de las condiciones mafiosas de la partida de póker: el dueño del garito no arriesga nada y quien se sienta lo pone todo en la mesa. Pablo Manuel, con el único aval de dos o tres años de nómina por delante, e Irene, con otros tantos, tienen caché para jugar seis lustros sin límite.
    Justificación monedera ha sido también la quebrantada intimidad de la pareja, pues les perseguían cámaras hasta en las revisiones ginecológicas. ¿Qué metodología fulera no habrá enseñado tal profesor en la universidad que le contrató? Antes de la concepción ya estaba la pareja rastreando su sweet home, ¿o es que la casa les cayó por sorpresa del mismo guindo que pretenden que nos caigamos todos? Sensibles al acoso de la prensa, los que tomaron por días y con trompetas el kilómetro cero de España se sienten ahora, logrado el escaño, tan alérgicos a los medios que necesitan “irse al campo”. Además, ¿es “el campo” una urbanización de nivel a cuarenta kilómetros de la capital? “El campo” es la Extremadura de “Los santos inocentes”, o la Sierra de Guadalajara, donde no amanece, pero “La Navata” es otra cosa, y al otro lado de la tapia se ven piscinas –no públicas como a las que vamos usted y yo-, parcelas de dos mil metros cuadrados –como el jardín público que compartimos, felices, usted y yo-, salones de varios ambientes –como los que no tenemos ni usted ni yo a punto de la jubilación y sin haber dejado de trabajar-, y otros etcéteras vergonzantes.
    Desde el “Si me queréis, irse” de la Faraona no se ha dado propuesta semejante. El aspirante a presidente de Gobierno, y su pareja, se ven sobrepasados. ¿Qué hacer? Trilerismo, o sea, traspasar a las bases la responsabilidad individual cuando bien saben lo que han hecho. La casa, mejor el casoplón, el sueño español, es posible para De Guindos y para Iglesias, de casta a casta, a tocateja o a plazos. De azul a morado el espectro es mínimo en el fondo y algo más en las formas indumentarias, cada uno su guión. Pero si a usted se le ocurre aparecer por el banco con las manos en los bolsillos para informarse de a cuánto va el Euríbor, el segurata le inmoviliza como un pollo a l’ast. Por presunto.