La educación

03/02/2018 - 13:27 Luis Monje Ciruelo

Algunos políticos contribuyen a difundir sus comportamientos ineducados y groseros, más relevantes si son en el escenario del Parlamento.

   Al hablar de educación se supone que nos referimos a la buena educación, a la que nos hará comportarnos como personas civilizadas, como buenos ciudadanos, como modelos en todos los aspectos y circunstancias de nuestra vida. La buena educación  contribuye a formar el espíritu y el carácter para estar siempre a la debida altura. Pero no hay que confundir educar con enseñar: educar es formar el espíritu y el carácter de las persona, y enseñar es proporcionarle los conocimientos que se pone ha de necesitar  en la vida. La cultura puede dárnosla todo el que la tiene, pero en la educación cuenta más el ejemplo que las palabras. Por eso es frecuente  que la educación que el niño recibe en el seno de la familia sea ensombrecida  por la que le llega de los amigos. De aquí el refrán “dime con quien andas y te diré quién eres” o  el temor siempre de los padres a las malas compañías. Sería incompleto este comentario si no incluyera la mala educación de algunos políticos, quienes, por los puestos preeminentes que ocupan en la Sociedad, contribuyen a difundir sus comportamientos ineducados y groseros, más relevantes si son en el escenario del Parlamento que por algo es denominado también “templo de la palabra”. Pero aunque no hablen, es suficientemente demoledor el desaliño en su vestuario y en su aspecto personal, más propio a veces de una taberna de puerto que de un Congreso de Diputados. Prueba de ello, de su repercusión, es el que yo traiga aquí diez años después, la indigna afirmación partidista del entonces alcalde de Getafe, el socialista Pedro Castro, quien en un pleno municipal calificó de “tontos de los cojones” a los votantes del PP, edificante expresión que se apresuraron a divulgar los medios informativos, alguno en los titulares. No me imagino a ninguno de nuestros últimos alcaldes, Agustín de Grandes, Javier de Irízar, Blanca Calvo, José Mª Bris, Jesús Alique o Antonio Román, infamando así a la oposición, que, además, lo mismo en Getafe, que en Guadalajara o el resto de España, es casi la mitad del censo de votantes. Y podíamos contestarle, con Ovidio, que estamos avergonzados de que nos haya insultado públicamente así, porque esa procacidad a quien hace parecer tonto de los “eso” es a él, como la amenaza pública por entonces de un tonto mayor, el catalán Tardá, diputado de ERC, quien incitó públicamente a los jóvenes a matar al Rey. Y los que la defendimos en 1978 nos sentimos indignados de que unos tipos así se sienten en ayuntamientos y Congreso como representantes del pueblo.