La impresora

16/09/2017 - 15:25 Javier Sanz

Como Jhonny cogió su fusil, Rufián, el miércoles, cogió la impresora y se fue para el Congreso a echar la mañana. Y la echó. Rufián se va haciendo un hueco en esos libros carandellianos que salen cada quince o veinte años por encargo: anecdotarios de lo vivido en las gradas de San Jerónimo. Rufián vive en un parvulario, el suyo, y se deja una barba para salir de él o, al menos, considerarse de los mayores. Es lo que veíamos en el insti, donde la pretendida autoridad que querían imponer los matones de la clase no les salía de las neuronas sino de los folículos pilosos. Hay quien se jubila sin darse cuenta de que se le puso la barba blanca y escasa hace mucho tiempo y que los imberbes le adelantaron por la izquierda y les perdió de vista.
    Rufián sobaba la impresora como un caniche, hacía gracietas sobre que no imprimía billetes de quinientos y se las reía él mismo. Estaba feliz. Pero a Rufián le falla la estética por el eje –no hay más que verle vestir- y para algo tan alambicado, tan poético, tan sublime como la pretendida segregación de un país opresor –léase a Cajal y sus opiniones sobre Cataluña, Vasconia y la “opresora” Castilla, cuando tenga un rato, don Rufián- carga un trasto bajo el brazo y se llega al Congreso. Desde la caja de “galletas María” de Paco Martínez Soria en “La ciudad no es para mí” no se había visto cosa igual en el foro. Tómese aquel cartel que, como casi todos, pintaba Jano, mútese la cara del actor aragonés por este otro actor catalán y la caja de galletas por la impresora para comprobar que algunos andan en la estética del franquismo, la de la boina, la de los chistes de suegras y de curas.
    Umbral llamó a Unamuno “fascista del lenguaje” en “Las palabras de la tribu”, pues quien metía en un poema la palabra “palanca” no era sino eso. Don Miguel se la jugó componiendo “Salamanca, Salamanca, renaciente maravilla, académica palanca de mi visión de Castilla” y Umbral se le tiró a la yugular, bien reseca, es cierto. Don Rufián es un fascista de la estética. Meter una impresora en el Congreso a las nueve de la mañana para explicar la metáfora es de un fascismo estético insoportable. El objeto como apoyo del argumento, no en su fin como hace el mago con el sombrero de chistera o el cajón desmontable en dos mitades con dos medios cuerpos, pide más originalidad, tanto a la llegada al escenario –parecía que venía de la oficina de Seur, quizá pasara como operario de Samsung entregando el aparato arreglado- como en la puesta en escena en el escaño.
    Lo de Rufián es una cosa viejuna, de coplas de quintos, de concurso de disfraces con ropas de gañán, la bota bajo el sobaco y tirando de una cabra. Lagarto, lagarto. Para estética que rompiera con la pana, la de Los Manolos, Rufián. “All my loving”. Lai lo lai lo lai.