La memoria de la lavanda

26/05/2018 - 11:09 Jesús de Andrés

 Por decisiones editoriales que se me escapan Reyes Monforte ha sido encuadrada en la categoría de mujeres escritoras que publican para su género

Reyes Monforte es una excelente escritora, de prosa enérgica y armoniosa, melódica, que llega directa al oído, con unos personajes llenos de vida y matices, con unas historias que inquietan tanto como conmueven. Acumula media docena de novelas y ha conseguido hacerse un hueco literario y definir una voz, lo cual, en los tiempos que corren, no es poca cosa. Sin embargo, por decisiones editoriales que se me escapan, ha sido encuadrada en la categoría de mujeres escritoras que publican para su género, un amplio grupo de autoras, casi todas ellas periodistas de profesión (María Dueñas, Ángeles Caso, Mara Torres, Mónica Carrillo, Marta Fernández, Sandra Barneda, Sonsoles Ónega, Marta Robles…), pero todas con planteamientos, proyectos e intereses distintos.
    Su última novela, La memoria de la lavanda, transcurre por tierras de la Alcarria, tiene como telón de fondo y alma de su historia los campos de espliego de Brihuega, el color violeta de sus puestas de sol, su intenso aroma. Narra la historia de una pérdida, de una mujer que vuelve al pueblo de su pareja recientemente fallecida, y cómo debe convivir con su ausencia y su dolor a la vez que con lo que queda de él en los demás. Tal y como ha relatado su autora en alguna entrevista, no tuvo la historia compuesta hasta que encontró un escenario adecuado, y lo encontró tras asistir casualmente a la Feria de la Lavanda. La novela es, como todas las suyas, un éxito de ventas, pero está por verse si con el tiempo alcanzará el reposo que algunos libros consiguen, integrándose en un espacio y un tiempo, trascendiendo a su propia narración.
    Algunos, como Cela o Sampedro, lo han conseguido entre nosotros, definiendo un paisaje –la Alcarria y el Alto Tajo– e integrándose en un territorio. Teresa Viejo también lo hizo en La memoria del agua al recuperar el viejo balneario de la Isabela, hoy bajo las aguas –es un decir– de Buendía. Quizá el libro de Reyes Monforte se convierta en referencia de la Brihuega actual, de su apuesta por la lavanda y todo lo que ello implica. Lamentablemente tiene un único pero gran error, aunque ni su autora ni, por supuesto, sus editores hayan sido conscientes de ello: en la novela Brihuega no es denominada como tal sino que recibe el nombre de Tármino. Bajo esta denominación se encubre una Brihuega engrandecida, con semáforos y hospital, pero también conserva su esencia rural y su atractivo turístico, el relato de sus olores y sabores, una memoria de bizcochos borrachos y lavanda bajo un nombre ajeno. Nunca es tarde para corregir futuras ediciones, que seguro tendrá, ya que el libro tiene todos los elementos para fundirse, por siempre, con el paisaje de la Alcarria y el alma briocense.