La participación en la Eucaristía

09/10/2011 - 00:00 Atilano Rodríguez

 
  
      Hace algunas fechas se hacían públicos en distintos medios de comunicación los resultados de una encuesta realizada en España por “Paix Liturgique” sobre el índice de práctica religiosa de los católicos españoles. Entre otros datos de interés, quienes analizaron las respuestas a las preguntas formuladas en la encuesta afirmaban que solamente el 25, 2 %, de quienes se confesaban católicos (63, 5% de los españoles), participaba regularmente en la eucaristía dominical. Un 24, 9 % más lo hacía solamente en algunas solemnidades especiales.

   Estos resultados revelan una fe mortecina, falta de pertenencia a la comunidad cristiana, ocultamiento de la propia identidad creyente y desprecio de la presencia real de Cristo en medio de nosotros bajo las especies sacramentales. Si realmente creemos que en la Eucaristía se contiene todo el bien de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de vida, que se entrega permanentemente para darnos la vida divina mediante la acción del Espíritu Santo, no resulta fácil entender este desprecio de la celebración eucarística por parte de quienes nos confesamos católicos.

   Tampoco resulta fácil comprender que Cristo, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación, se haga presente sacramentalmente en medio de nosotros para brindarnos la posibilidad de entrar en comunión con Él y con los hermanos, y no salgamos con decisión a su encuentro en la Eucaristía. En este sentido el Concilio Vaticano II nos dice que “en la fracción del pan eucarístico compartimos realmente el cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con Él y entre nosotros” (LG 7).

  Pero esta afirmación, no sólo aparece en los documentos conciliares, el mismo Jesús nos recuerda que Él viene a nosotros bajo las especies del pan y del vino para permanecer con nosotros, para ser nuestro amigo y para comunicarnos la misma vida divina que recibe del Padre a fin de que podamos permanecer y vivir en Él: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me come vivirá por mí” (Jn. 6, 56-57).

  Estas palabras del mismo Jesús tendrían que ayudarnos a repensar la madurez de nuestra fe y la convicción de su presencia real bajo las especies sacramentales. En muchas ocasiones he reflexionado sobre la ausencia de los católicos de la misa dominical y debo manifestar que no acabo de entender cómo algunos católicos pueden seguir diciendo: “Yo soy católico pero no practicante” o “Yo creo en Jesucristo, pero no en la Iglesia”. ¿Realmente podemos creer al margen de lo que Jesucristo nos ha revelado de sí mismo?. ¿Es posible que olvidemos su promesa de estar con nosotros hasta el fin de los tiempos?. Quiera el Señor que los resultados de esta encuesta o de otros estudios sobre la práctica religiosa de los católicos, nos ayuden a replantearnos los contenidos de nuestra fe y la seriedad de nuestras convicciones religiosas.