La revolución de las ocho

04/09/2017 - 14:01 J. Pastrana

 Depedro y León Benavente ofrecieron los mejores momentos de buena música en un festival que va extendiendo sus sinergias al conjunto de la ciudad, como quedó demostrado en el vermú del sábado.

Un festival es más que actuaciones musicales. Eso lo saben bien en Aranda de Duero, hogar de ese Sonorama que se ha convertido en referente de la música indie. Un festival es más que un par de escenarios colocados cerca unos de otros. Y es más que una zona de acampada. Un buen festival es también un elemento dinamizador, es negocio y vida para una ciudad y quizás es precisamente esa dimensión la que merece la pena destacar este año del festival Gigante. 


Puede que el cartel no fuera tan lujoso como el de años pasados, pero lo cierto es que ésta cada vez parece más una cita que puede permitirse tener algún nombre en gris porque el suyo, en blanco y azul, ya tiene prestigio propio e ideas. 
Prueba de ello fue la vida que contagió el sábado al centro de la ciudad, con dj´s en varios puntos del entorno de Bardales y un triple concierto en Santo Domingo que va cogiendo cuerpo, aunque todavía le queden un par de detalles por pulir, como la calidad del sonido. Alegra la vista ver el centro de la ciudad, ese centro al que hace unos años le costaba respirar, tan repleto de ganas de escuchar música, de padres con hijos y de gente disfrutando. Especialmente evocadora era la estampa de la Plaza del Cívico, donde el recogimiento del lugar y el buen ambiente crearon una atmósfera especial, casi mágica.


El Festival Gigante da un paso más hacia aquello que debe ser y que no se construye en un solo año… y puede que tampoco en cuatro, pero que está cada vez más cerca. De música tampoco estuvo mal servido, cuidado. Puede que más de un aficionado echara en falta un nombre más contundente para la noche del sábado, pero razones no faltaron para justificar el precio de la entrada.

De Los Coronas a Love of Lesbian
El viernes, el primer gran nombre de la noche se presentaba pasadas las siete de la tarde. Los Coronas llegaban con una apuesta musical sustentada en el surf, pero en la que su espíritu parece diluirse cada vez que sacan nuevo material. A los de Javier Vacas y Fernando Pardo se les echa en falta algo más de la vitalidad que empapa los temas con ecos de western, sobre todo para calentar un festival en el que también hay que ganarse al público. 


Versiones de temas castizos como La Chatunga arrancaron más de una sonrisa entre los aficionados que comenzaban a llenar el césped de la Fuente de la Niña. Sin embargo, fue su cierre final el que dejó el buen sabor de boca que siempre dejan los grupos formados por grandes músicos con grandes temas. A pesar de ello, ni ese final ni los desquiciados  y divertidos monólogos de Fernando Pardo lograron borrar la sensación de cierta intrascendencia, de que sólo había sido trabajo.  


Quien sí llegaba dispuesto a darlo todo era Depedro. Este año, los conciertos de las ocho de la tarde han sido protagonistas por méritos propios en el Festival Gigante. Jairo Zavala saltó al escenario listo para meterse al respetable en el bolsillo desde el minuto cero. Teniendo los temas que guarda en su repertorio, lo cierto es que extraña un poco que no goce de más éxito entre el gran público. 

Con los primeros acordes de Cómo el viento, el tema que abrió su actuación, ya quedó claro que iba a por todas. En su rock cabe la fusión con estilos como la salsa y las rancheras. Temas como Déjalo Ir, Hombre Bueno, Nubes de Papel o Panamericana sirvieron de aperitivo para ese Diciembre que popularizó mano a mano con Vetusta Morla, aunque quizás el momento más emotivo llegara con los acordes de una Llorona que interpreta como si el propio Jairo fuera su compositor. A veces es difícil entender que algunos artistas no sean ídolos de masas. Por su sensibilidad rockera, personalidad y capacidad para montar una fiesta de la nada, Depedro es uno de ellos. 


Y si gente como Depedro es capaz de convencer a quien no le conoce sólo con un par de temas, otros grupos exigen cierto trabajo previo. Es el caso de Niños Mutantes, que llegaban al Gigante celebrando su décimos aniversario y con nuevo fichaje en la banda. También con un nuevo disco más oscuro y denso que incluso se traducía en un sonido más sucio. 

Lo suyo fue un existencialismo pop que rompieron en la recta final con esos otros temas que, sin ser pura luz, sí hacen que a uno le den ganas de bailar. Errante, Te favorece tanto estar callada y Todo va a cambiar sirvieron para subir el tono de una actuación que sólo había encontrado alivio a su oscuridad en temas puntuales como Hermana mía.


Love of Lesbian era el gran reclamo del viernes. Puede que los de Santi Balmes no alcancen el consenso popular que han tenido otros cabeza de cartel del Gigante, como Sidonie, Lory Meyers, Amaral o Vetusta Morla, pero es otro de esos grupos que sabe estar sobre el escenario. 


Gusten o no sus temas, lo que no se les puede negar es que supieron ofrecer un auténtico espectáculo, una actuación muy seria… entendiendo por ‘seria’ trabajada, pensada y bien ejecutada, porque lo que transmite Balmes es  buen rollo y no seriedad. 
Cuando no me ves, la canción elegida para abrir el concierto, representa bien el espíritu de  El poeta Halley, un disco que ha sabido ser más complejo sin renunciar por ello a ser bailable. A Love of Lesbian hay que reconocerles  haber sido capaces de hacer ese trabajo complejo que a todos los grupos de indie les gusta hacer al menos una vez en su carrera, sin caer por ello en el tedio. 


De todas formas, tampoco se hicieron de rogar y a la tercera ya llegó la vencida, con una tempranera Allí donde solíamos gritar que siguió elevando la entrega del público. Cambios de vestuario, John Boy, proclamas contra la política y los medios de comunicación, un espíritu cercano al del pop de los 80, guitarras funky, Ricky ‘Egon Soda’ Falkner manejando desde la trastienda, guiños a Miguel de Bose y La Unión, Los Toros en la Wii y Planeador. Bien jugado y alegría en el ambiente. Tras Love of Lesbian, Fuel Fandango y Alex O’dogherty (el Pablo Carbonell del siglo XXI) y la Bizarrería subieron al escenario con su mezcla de humor y música. Shinova, Embusteros y Ochoymedio DJ´s fureon los encargados de cerrar la noche. 



Los leones de Benavente
El sábado amanecía en Santo Domingo con un triple concierto y varias sesiones de DJ´s en distintos puntos del centro de la capital. En cuanto a la tarde, los alcarreños Idealipsticks se asomaban al escenario justo antes de que lo hiciera Lichis. Con los cinco temas que componen su Mariposas, el barcelones, que tuvo un auténtico combate con la afinación de sus guitarras, se acerca tanto al sonido de Quique González que las comparaciones son inevitables. Bicha y Teloneros de Lujo son temas prometedores, pero en ellos se intuye que todavía le queda camino por recorrer antes de acercarse a algo más propio, algo que sí está presente en No soy un extraño.


Y otra vez las ocho de la tarde y otra vez el huracán. Un día antes había sido DePedro. El sábado le tocaba el turno a León Benavente y su poderoso directo. Desde el primer acorde de Tipo D hasta el último de la fabulosa Ser Brigada, hicieron gala de una conexión abrumadora con el público. Una vez más, demostrando que se pueden ganar fans desde el escenario y no sólo pedir paciencia a los incondicionales antes de que lleguen los buenos temas. 


El rock de León Benavente, quizás más suavizada en el disco, se escapa a borbotones sobre el escenario, como si de una herida abierta junto al corazón se tratara por la que se derraman temas como Gloria o La Ribera. Tan contundentes en los musical como punzantes en el mensaje social, su presencia era indispensable para que el sábado emergiera del intimismo y la gente pudiera saltar de alegría bien a gusto, aunque sólo fuera durante un ratito.


Coque Malla cerraba gira en Guadalajara. También cercano al rock americano, el ex Ronaldo tiende a encontrarse en una vertiente poética rock que encarnan composiciones como La Carta o Cahorro de Leon. Jugueteó con el blues en Todo el mundo arde y hasta le hizo un guiño a Los Ronaldos con Guárdalo. Después consiguió los coros del público para las canciones que quizás menos  representan su obra, como Berlín o No puedo vivir sin ti. Íntimo y a pesar de ello rockero, conciertos como éstos demuestran la personalidad de un tipo que es más artista que músico.


La jugada de este año era poner en horario estrella a Nada Surf, un grupo de Nueva York cuyo mayor éxito, Popular, vio la luz nada menos que en el año 96 del pasado siglo. Así las cosas, ni la puesta en escena era espectacular ni la química con el público abrumadora, aunque Daniel Lorca, la conexión española con el grupo, tratará de mostrarse cercano. Power Pop con influencias del grunge de los 90, especialmente reconocible en Popular, Nada Surf tuvo mucho mejor despedida que entrada en el escenario. Podría haber sido el gran ‘bluff’ del Gigante, pero al final los newyorkinos salvaron la noche, aunque fuera tirando de nostalgia. 


Algo parecido le ocurrió a Iván Ferreiro. Se presentaba en el gigante con su nuevo disco, Casa, probablemente mejor para disfrutar sentado en un teatro que con cerveza en un festival. De todas formas, Ferreiro tiene ganados -y con razón- tantos y tan fieles seguidores como para plantarse en un escenario y cantar prácticamente lo que quiera, tanto si es depresivo como alegre. Y precisamente fue con eso con lo que jugó durante su actuación. 


Quien no conociera Casa probablemente no salió convencido de comprarse este disco de corte intimista, pero un concierto de 70 minutos tampoco da tiempo para meter mucha paja y antes de que el hastío impusiera su ley, sacó a pasear sus temas más reconocibles: Extrema Pobreza y El viaje de Chihiro unieron fuerzas con Pensamiento circular, probablemente el más pegadizo de Casa, y con ecos de su etapa en Los Piratas, como Años 80 y El equilibrio es imposible. Y para acabar por todo lo alto, El dormilón y, no sin antes hacer sufrir un poquito al respetable, Turnedo. Todos contentos. A la noche aún le quedaban The Gift y, sobre todo, Los Punsetes para quien aún tuviera ganas de fiesta.


El Festival Gigante cerraba así una edición en la que dos de sus más grandes alegrías llegaron prontito, a las ocho de la tarde, de la mano de DePedro y León Benavente. Un festival en que el cartel pudo haber echado en falta algún nombre más grande y festivalero para la noche del sábado que compensara el intimismo de Coque Malla e Iván Ferreiro, pero que, se asienta como cita con entidad propia más allá de los reclamos musicales, con más de 15.000 asistentes según la organización. Porque el Gigante comienza a afianzar, por fin, sus raíces en la ciudad y a convertirse en el evento musical que a lo mejor Guadalajara no merece ni necesita, pero que le viene de lujo a una ciudad como la nuestra. Y eso nadie puede negarlo.