La vendimia, olores, recuerdos y futuro

28/09/2011 - 00:00 Joaquín Parra

 
  
   Una época de ritual para el que tiene viña, él o su padre, madre, o abuelos. También, para aquellos que han vivido y vuelto a sus orígenes, en aquellos pueblos casi olvidados donde por suerte, había y sigue habiendo viña, a pesar de las políticas de arranque y olvido pasadas… no creo que el abandono sea la solución. Otra opción ha sido la reestructuración, variedades mejorantes, emparrado… entiendo que hay que hacer la viña-explotación rentable, pero donde se ponga una airén, cencibel-tempranillo, garnacha, verdejo, bobal, monastrell, macabeo-viura, moscatel… decenarias y alguna que supera la centena de años, que se quite una petit verdot, cabernet sauvignon, chardonnay de uno o dos quinquenios en el mejor de los casos. “Pezqueviñas no… por favor, déjalas envejecer”. No dudo del potencial de estas variedades cuando vayan cogiendo edad. Ya se hacen buenos vinos, pero sin duda, mejorarán, aunque no se nos puede olvidar que en otros mercados se nos conoce por las autóctonas.

   Mi suerte, haber nacido en un pueblo eminentemente vitícola y seguir viviendo en otro cercano donde una de las primordiales fuentes ingreso es la uva, la vid, el campo, la viña… amigos “viñeros” –como decimos por aquí- o vinateros (los que se dedican a la elaboración). Da igual en proceso en el que participan, el caso es que sonríen cuando te ven subidos en su tractor, con el remolque, grande o más grande (nada que ver con los remolques poco mayores que una caja de cerillas tirados por una mula) cargado de uva en dirección a la cooperativa, grupo o bodega de turno.

  Amigos o familia para los que veinte días de intenso trabajo aportan el dinero del próximo año, y el buen hacer del año anterior… todo el ciclo vegetativo de la vid es importante, desde la poda, pasando por el “escardille”, tratamientos, nubes de azufre, cambio de “gomas” para los que tienen suerte de tener viña de “reguerío”, todo ello para culminar con la vendimia. Todo o gran parte del pueblo, gana con las grandes cosechas y se empobrece con las malas.

   Qué decir de los enólogos… esos días ni les hables. Se juegan su prestigio o trabajo además del pan de cientos de viticultores. Por supuesto, el honor y la buena gestión de los rectores (cuando hablamos de cooperativas). Si hablamos de bodegas particulares, la cosa no cambia. A mejor marca, mayor precio del vino, mayor exigencia para el enólogo y su equipo. Da igual sea Vega Sicilia o la Cooperativa del Cristo de la Salud. El precio final, fama del vino o resultado en cata, puede ser mejor o peor, granel, garrafa o botella, da igual, hay mercado para todos, lo que es innegable es el esfuerzo, sudor y dedicación del viticultor a su explotación. Si el vino se pagase de acuerdo al esfuerzo del cultivo, seguramente habría menos diferencia en el precio de venta-compra. Bien sé lo que digo y mejor aún lo saben los que tienen las manos curtidas de trabajar la viña.

   La lástima es que no haya más jóvenes que continúen con la tradición del cultivo, tal vez la crisis está haciendo que se vuelva a la viña como único recurso. Otros menos jóvenes como Lorenzo, “moscas” para los muy amigos, o Pepe, Antonio, Jesus… da igual el nombre. Unos conocidos y otros de vista… todos ellos trabajan por lo mismo. Al final todos curamos el alma con los vinos que son el proceso de fermentación de los mostos, que vinieron de estrujar la uva que unos cuantos vendimiaron de la viña de “x”, da igual su nombre, las horas y esfuerzos dedicados son los mismos.

   El olor en esta fecha es el mismo… mosto fresco y uva, ¿Cómo no? El humo de los tractores camino de la bodega, a fermentación y sulfuroso, la masa del pan, el horno del pueblo que duplica su producción y abre incluso los domingos… hablo de tahonas, de pan de pueblo y no de baguette pre-cocida y congelada de gasolinera. De tortas de mosto que meriendan los vendimiadores, de arrope que se tira toda la tarde cociendo en el perol granate heredado de la abuela, el de toda la vida. Olor a futuro, porque la uva de hoy es el pan del resto del año para muchas familias.

   Hasta los que no hemos vivido directamente de la vid, sabemos la importancia de una buena cosecha. Se llama al tío Ramón Argudo (DEP) para cambiar las ventanas, cristales o persianas, si no hay calefacción o reformar el baño, suena el teléfono para pedir presupuesto… o Llaman a Calcillas o el Curro, pintores para dar un “repaso” a la casa y los más afortunados, al concesionario de la marca favorita para cambiar el coche o un tractor con más caballos.

   Todo ello se pagaba “a toca teja”, nada de financiación bancaria. Si había “cuartos” se hacía y si no, a ahorrar. Por supuesto huele a feria, a fiestas patronales en muchos de los pueblos de la geografía española...Septiembre me gusta porque en este lado del globo, huele a vendimia y lo que ello supone. Rendir tributo a los santos, patrones y patronas a los que se les pide o agradece una buena vendimia sin complicaciones y a ser posible, que la uva se pague cara.Desde hace poco, también huele a coche de inspector de la Seguridad Social acompañado de patrulla de la Guardia Civil. La vendimia ya no es una fiesta familiar como hace años, ahora todos cotizan.

   Qué decir de los inmigrantes… no pueden pasar por familiares, así que éstos, con más razón, a cotizar y si no tienen papeles a correr el riesgo y por supuesto, a esconderse y pedir que no pase nada por el bien de unos y de otros. La vendimia lleva miles de años en nuestra cultura, tantos como vino ha regado los gaznates y llenado estómagos de personajes humanos y divinos.

   El olor siempre es el mismo, solo cambian las circunstancias y las personas. Hablamos de 2011¿ha cambiado mucho del olor de la vendimia de 1975?... Lo que no se es que pasará en veinte años, ya que cada vez más, la viña está emparrada y la vendimia se hace mecánica. Estos olores, recuerdos y vivencias forman parte de la cata, del moderno “enoturismo”, antes simplemente, vecinos familiares o amigos que cuando llegaban al pueblo se les enseñaba lo que había, la bodega, la iglesia y la plaza. El Wine UP Tour que organizo y promuevo me permite llevar estas vivencias y recuerdos a ciudades donde no hay viña y todo lo relativo al vino suena bien y apetecible, es lo que yo he llamado: “enoturismo inverso”, llevar lo mejor de la viña y la bodega a la ciudad.